jmm00044
23 abril 2011, 17:31
Los descubridores I y II - Daniel J. Boorstin
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http://i1127.photobucket.com/albums/l625/jmm00044/DESCUBRIDORES2.jpg
Parecía absolutamente evidente que la tierra fuera estable e inmóvil y que
éramos el centro del universo. La ciencia occidental moderna parte de la
negación de este axioma derivado del sentido común. Tal negación, origen y
prototipo de las mayores paradojas de la ciencia, constituiría nuestra invitación
a un mundo invisible e infinito. Del mismo modo que el conocimiento fue lo
que llevó a Adán y Eva a descubrir su desnudez y a vestirse, el conocimiento,
acompañado de un sentimiento de culpabilidad, de esta simple paradoja —que
la tierra no ocupaba un lugar tan central ni era tan inmóvil como parecía—
llevarían al hombre a descubrir la desnudez de sus sentidos. El sentido común,
pilar de la vida cotidiana, ya no servía para gobernar el mundo. En el momento
en que el conocimiento «científico», sofisticado, producto de complicados
instrumentos y sutiles cálculos, dio lugar a verdades incuestionables, las cosas
dejaron de ser lo que parecían.
Las cosmologías antiguas utilizaban mitos pintorescos y convincentes para
adornar los veredictos del sentido común y para describir el movimiento de los
cuerpos celestes. En los muros de las tumbas de los faraones egipcios del valle
de los Reyes encontramos vistosas representaciones del dios del aire
sosteniendo la cúpula celeste por encima de la Tierra. Asimismo, observamos
que el dios del sol, Ra, conduce su barca cada día por el cielo y que, cada
noche, en otra barca que surca las aguas por debajo de la tierra, retorna al
punto de partida de su viaje diurno, que vuelve a iniciar. Como hemos visto,
esta visión mítica no impidió que los egipcios elaboraran el más preciso de los
calendarios solares, que fue utilizado durante miles de años. Para los egipcios,
tales mitos tenían sentido, no contradecían lo que veían cada día y cada noche
con sus ojos.
Los griegos concibieron la idea de que la tierra era una esfera en la que
vivía el hombre, mientras que el cielo era una cúpula esférica que rotaba
encima en tanto sostenía las estrellas y hacía que se movieran...
zip 2 mbs 2 PDFS 290+358 Paginas
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Parecía absolutamente evidente que la tierra fuera estable e inmóvil y que
éramos el centro del universo. La ciencia occidental moderna parte de la
negación de este axioma derivado del sentido común. Tal negación, origen y
prototipo de las mayores paradojas de la ciencia, constituiría nuestra invitación
a un mundo invisible e infinito. Del mismo modo que el conocimiento fue lo
que llevó a Adán y Eva a descubrir su desnudez y a vestirse, el conocimiento,
acompañado de un sentimiento de culpabilidad, de esta simple paradoja —que
la tierra no ocupaba un lugar tan central ni era tan inmóvil como parecía—
llevarían al hombre a descubrir la desnudez de sus sentidos. El sentido común,
pilar de la vida cotidiana, ya no servía para gobernar el mundo. En el momento
en que el conocimiento «científico», sofisticado, producto de complicados
instrumentos y sutiles cálculos, dio lugar a verdades incuestionables, las cosas
dejaron de ser lo que parecían.
Las cosmologías antiguas utilizaban mitos pintorescos y convincentes para
adornar los veredictos del sentido común y para describir el movimiento de los
cuerpos celestes. En los muros de las tumbas de los faraones egipcios del valle
de los Reyes encontramos vistosas representaciones del dios del aire
sosteniendo la cúpula celeste por encima de la Tierra. Asimismo, observamos
que el dios del sol, Ra, conduce su barca cada día por el cielo y que, cada
noche, en otra barca que surca las aguas por debajo de la tierra, retorna al
punto de partida de su viaje diurno, que vuelve a iniciar. Como hemos visto,
esta visión mítica no impidió que los egipcios elaboraran el más preciso de los
calendarios solares, que fue utilizado durante miles de años. Para los egipcios,
tales mitos tenían sentido, no contradecían lo que veían cada día y cada noche
con sus ojos.
Los griegos concibieron la idea de que la tierra era una esfera en la que
vivía el hombre, mientras que el cielo era una cúpula esférica que rotaba
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