pleyade
24 mayo 2019, 18:02
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FICHA TÉCNICA
Formato: epub
Tamaño: 874 Kb
Host: Userscloud
Sinopsis:
Carlojo, el mexicano enjuto de carnes, piel de bronce, dos ojos grandes y un enorme bigote que le cubría gran parte del rostro, cayendo sus guías lacias por debajo del maxilar inferior, husmeó el aire.
—No me gusta nada esto, compadre
Gab Wattman había detenido su montura, un alazán de cruz alta, poderoso de músculos y pelaje suave, de ordinario brillante, pero ahora cubierto de polvo. En muchas millas a la redonda no habían encontrado agua.
—Me temo que no vamos a hallar nada agradable —opinó, observando las huellas que había en el suelo.
—Por lo menos han pasado una docena de jinetes por aquí, compadre, y sus huellas no me gustan nada, pero que nada —dijo con su profundo acento de Cuernavaca.
—Son ponys indios, sin herrar, y vienen de aquella dirección.
—Pues sí que es un alivio que vayan en dirección contraria a la que nosotros llevamos ahorita mismo, compadre.
—Nosotros vamos hacia ese lugar, Carlojo, y si ellos han pasado ya... —no terminó la frase, pesimista.
Carlojo miró a su amigo gringo. Todavía no sabía por qué cabalgaba junto a él. Quizá es que ambos eran unos trotamundos que no se sentían a gusto en los poblados.
Ninguno de los dos había creído llegado el momento de enraizarse y quedar rodeado de mocosos a los que tener que comprar caramelos cada sábado, después de cobrar un exiguo salario.
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Carlojo, el mexicano enjuto de carnes, piel de bronce, dos ojos grandes y un enorme bigote que le cubría gran parte del rostro, cayendo sus guías lacias por debajo del maxilar inferior, husmeó el aire.
—No me gusta nada esto, compadre
Gab Wattman había detenido su montura, un alazán de cruz alta, poderoso de músculos y pelaje suave, de ordinario brillante, pero ahora cubierto de polvo. En muchas millas a la redonda no habían encontrado agua.
—Me temo que no vamos a hallar nada agradable —opinó, observando las huellas que había en el suelo.
—Por lo menos han pasado una docena de jinetes por aquí, compadre, y sus huellas no me gustan nada, pero que nada —dijo con su profundo acento de Cuernavaca.
—Son ponys indios, sin herrar, y vienen de aquella dirección.
—Pues sí que es un alivio que vayan en dirección contraria a la que nosotros llevamos ahorita mismo, compadre.
—Nosotros vamos hacia ese lugar, Carlojo, y si ellos han pasado ya... —no terminó la frase, pesimista.
Carlojo miró a su amigo gringo. Todavía no sabía por qué cabalgaba junto a él. Quizá es que ambos eran unos trotamundos que no se sentían a gusto en los poblados.
Ninguno de los dos había creído llegado el momento de enraizarse y quedar rodeado de mocosos a los que tener que comprar caramelos cada sábado, después de cobrar un exiguo salario.
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