pleyade
25 mayo 2019, 16:45
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FICHA TÉCNICA
Formato: epub
Tamaño: 155 Kb
Host: Userscloud
Sinopsis:
SI al pequeño y arrugado Tsing Hu le hubieran preguntado por qué aguantaba con tal estoicismo su oscuro y desagradable empleo, él hubiera contestado sin vacilar que sus doce hijos y su esposa eran algo tan importante para él, que pensar en ellos no le dejaba tiempo de pensar en otra cosa.
El lugar era tan salvaje, tan solitario, que a otro cualquiera que no fuera Tsing Hu le hubiera asustado.
Aquella noche, por ejemplo, sin luna, flotando en el aire oscuras masas de vapor de agua, surgiendo del corazón de la tierra como algo fantasmal, terrorífico.
Pero no se trataba de que el oriental careciese de nervios, o que sus nervios fueran de acero.
Él era el telegrafista de la minúscula estación intermedia, un apeadero más bien, de la línea férrea que, saliendo de Pekín, unía las poblaciones de Wuhan, Changsa, Hengyan y Cantón con la ciudad de Hong Kong.
En el centro de una región insalubre, apestada de charcos, ciénagas y aguas estancadas, el pequeño poblado no esperaba recibir la visita de ningún viajero, aunque su situación fuera privilegiada en cuanto al tren se refería.
Desde el otro lado de la vía, el escaso resplandor proyectado por la desnuda bombilla encerrada en su prisión metálica era la única referencia en medio de tanta negrura y soledad.
La caseta del chino estaba al final del andén de madera carcomida. A través de su cristalera cerrada, a pocas yardas de los rieles, llegaba el tableteo monótono y seco del telégrafo.
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SI al pequeño y arrugado Tsing Hu le hubieran preguntado por qué aguantaba con tal estoicismo su oscuro y desagradable empleo, él hubiera contestado sin vacilar que sus doce hijos y su esposa eran algo tan importante para él, que pensar en ellos no le dejaba tiempo de pensar en otra cosa.
El lugar era tan salvaje, tan solitario, que a otro cualquiera que no fuera Tsing Hu le hubiera asustado.
Aquella noche, por ejemplo, sin luna, flotando en el aire oscuras masas de vapor de agua, surgiendo del corazón de la tierra como algo fantasmal, terrorífico.
Pero no se trataba de que el oriental careciese de nervios, o que sus nervios fueran de acero.
Él era el telegrafista de la minúscula estación intermedia, un apeadero más bien, de la línea férrea que, saliendo de Pekín, unía las poblaciones de Wuhan, Changsa, Hengyan y Cantón con la ciudad de Hong Kong.
En el centro de una región insalubre, apestada de charcos, ciénagas y aguas estancadas, el pequeño poblado no esperaba recibir la visita de ningún viajero, aunque su situación fuera privilegiada en cuanto al tren se refería.
Desde el otro lado de la vía, el escaso resplandor proyectado por la desnuda bombilla encerrada en su prisión metálica era la única referencia en medio de tanta negrura y soledad.
La caseta del chino estaba al final del andén de madera carcomida. A través de su cristalera cerrada, a pocas yardas de los rieles, llegaba el tableteo monótono y seco del telégrafo.
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