pleyade
29 mayo 2019, 10:58
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FICHA TÉCNICA
Formato: epub
Tamaño: 599 Kb
Host: Userscloud
Sinopsis:
En la penumbra del jardín, en un banco de mármol, con las cabezas próximas a las hojas y ramas de los arbustos floridos, había un hombre y una mujer. El hombre había encendido la llama de su encendedor, y prendía dos cigarrillos: uno de ellos lo colocó entre los labios de su compañera.
—Gracias, Nelson. Eres muy amable. ¿Qué te han parecido mis poesías?
—Magníficas, Eugenia. De veras: magníficas. Tienes sensibilidad, calor, la suficiente exaltación; eres ardiente, imaginativa. Te felicito.
—Nelson, eres maravilloso… Ni la crítica más favorable ha sido tan hermosa como ésta, como tus palabras. ¡Oh, pero quieres engañarme…! En la fiesta, la gente se ha aburrido cuando he empezado a recitar; les veía hacer notorios esfuerzos para evitar el bostezo.
Nelson sonrió.
—Tus poesías son buenas. Y eso es todo.
Eugenia Nahrada miró a Nelson a los ojos. Escrutó aquellas pupilas color gris ceniza, que le devolvían una mirada tranquila, serena, amable. Eugenia susurró:
—Lo notas, ¿verdad? Estoy temblando. No puedo evitarlo. Cuando estás delante de mí, es cuando de verdad siento que soy una persona inferior, una inválida; alguien que jamás podría ser plenamente feliz. A tu lado siento más mi desgracia, mi…
—Ya basta, Eugenia, te lo ruego.
—Perdona… Me he comportado como una histérica. Hemos salido al jardín para hablar de nuestras cosas, aunque el pretexto haya sido que yo deseaba pasear un poco al aire libre, con mi silla de ruedas. Por tanto, lo único que te interesa es oír mi informe. ¿No es así?
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En la penumbra del jardín, en un banco de mármol, con las cabezas próximas a las hojas y ramas de los arbustos floridos, había un hombre y una mujer. El hombre había encendido la llama de su encendedor, y prendía dos cigarrillos: uno de ellos lo colocó entre los labios de su compañera.
—Gracias, Nelson. Eres muy amable. ¿Qué te han parecido mis poesías?
—Magníficas, Eugenia. De veras: magníficas. Tienes sensibilidad, calor, la suficiente exaltación; eres ardiente, imaginativa. Te felicito.
—Nelson, eres maravilloso… Ni la crítica más favorable ha sido tan hermosa como ésta, como tus palabras. ¡Oh, pero quieres engañarme…! En la fiesta, la gente se ha aburrido cuando he empezado a recitar; les veía hacer notorios esfuerzos para evitar el bostezo.
Nelson sonrió.
—Tus poesías son buenas. Y eso es todo.
Eugenia Nahrada miró a Nelson a los ojos. Escrutó aquellas pupilas color gris ceniza, que le devolvían una mirada tranquila, serena, amable. Eugenia susurró:
—Lo notas, ¿verdad? Estoy temblando. No puedo evitarlo. Cuando estás delante de mí, es cuando de verdad siento que soy una persona inferior, una inválida; alguien que jamás podría ser plenamente feliz. A tu lado siento más mi desgracia, mi…
—Ya basta, Eugenia, te lo ruego.
—Perdona… Me he comportado como una histérica. Hemos salido al jardín para hablar de nuestras cosas, aunque el pretexto haya sido que yo deseaba pasear un poco al aire libre, con mi silla de ruedas. Por tanto, lo único que te interesa es oír mi informe. ¿No es así?
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