pleyade
1 junio 2019, 12:57
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FICHA TÉCNICA
Formato: epub
Tamaño: 77 Kb
Host: Userscloud
Sinopsis:
—Lo asombroso es que pudiese caminar después de recibir semejante balazo —oyó—. Y juro que jamás vi a nadie con tanta suerte: esa bala tenía que haber destrozado el hueso, y seguramente, le habría costado la pierna. Recuerdo que una vez, en...
Conocía aquella voz, pero no conseguía identificarla. Era una voz familiar, desde luego..., que se iba perdiendo, perdiendo. De pronto, volvió a oírla, y supo que había abierto los ojos, porque aquella imagen tenía que ser real, claro...
—Prudence...
—Eugen, te quiero —dijo Prudence Hobbard.
Y debía ser verdad, porque lo besó en los labios, tan largamente que Eugen Mac Coy comenzó a sentirse flotando, flotando, flotando...
—Bueno, ya está bien —oyó la voz familiar—. Usted va de un extremo a otro, hijita.
Dejó de sentir los labios de Prudence Hobbard, abrió de nuevo los ojos y vio el rostro del doctor Lamaire.
—Usted está loco —le dijo el médico—. ¿No le habría sido más fácil contarle a Aaron lo que sucedía y pedirle ayuda?
—Se supone que yo estoy aquí para algo, ¿no? —oyó el bufido de Aaron Hurst.
Desvió la mirada hacia el alguacil y sonrió desganadamente al ver el tremendo chichón en la frente...
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—Lo asombroso es que pudiese caminar después de recibir semejante balazo —oyó—. Y juro que jamás vi a nadie con tanta suerte: esa bala tenía que haber destrozado el hueso, y seguramente, le habría costado la pierna. Recuerdo que una vez, en...
Conocía aquella voz, pero no conseguía identificarla. Era una voz familiar, desde luego..., que se iba perdiendo, perdiendo. De pronto, volvió a oírla, y supo que había abierto los ojos, porque aquella imagen tenía que ser real, claro...
—Prudence...
—Eugen, te quiero —dijo Prudence Hobbard.
Y debía ser verdad, porque lo besó en los labios, tan largamente que Eugen Mac Coy comenzó a sentirse flotando, flotando, flotando...
—Bueno, ya está bien —oyó la voz familiar—. Usted va de un extremo a otro, hijita.
Dejó de sentir los labios de Prudence Hobbard, abrió de nuevo los ojos y vio el rostro del doctor Lamaire.
—Usted está loco —le dijo el médico—. ¿No le habría sido más fácil contarle a Aaron lo que sucedía y pedirle ayuda?
—Se supone que yo estoy aquí para algo, ¿no? —oyó el bufido de Aaron Hurst.
Desvió la mirada hacia el alguacil y sonrió desganadamente al ver el tremendo chichón en la frente...
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