pleyade
31 julio 2019, 12:19
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FICHA TÉCNICA
Formato: epub
Tamaño: 1,0 Mb
Hosts: Userscloud & Uploaded
Sinopsis:
Aquella hora precisamente, después de la copiosa comida, sentía, durante un buen rato, un entorpecimiento progresivo de todo el cuerpo, que le obligaba a quedarse en el sillón, hasta que Martha le llamaba para la consulta. Aquel cotidiano fenómeno empezaba cuando un calorcillo agradable subía desde el estómago, invadiéndole lentamente, con un delicioso sopor que desvanecía la continuidad de las ideas, colocando su conciencia en el umbral del sueño, pero sin pasarlo nunca.
El doctor Blanchard apoyaba el mentón, ornado de una puntiaguda barba blanca, sobre el también inmaculado tejido de la camisa y se quedaba así, con los ojos entornados, sintiendo, como algo lejano, el picoteo del sol, que penetraba por los ventanales del comedor, sobre el rostro.
—¡Doctor, sus clientes le esperan!
La voz de la vieja Martha le sacaba de aquella maravillosa somnolencia y, durante algunos minutos, mientras se esforzaba en tomar contacto con la realidad, sentíase molesto y huraño de tener que abandonar aquella indolencia en la que se encontraba tan bien.
Luego, incorporándose, se sacudía, con rápidos movimientos, las migajas que podían haber quedado presas en su chaleco, haciéndolas caer al suelo. Íbase después al cuarto de baño, donde se lavaba parsimoniosamente, peinando con cuidado sus argentados cabellos y, finalmente, ya puestas las gafas, de ancha montura de concha, atravesaba de nuevo el comedor, para pasar a su despacho, lanzando una postrer mirada de cariño al cómodo sillón que sin él parecía mucho más vacío que nunca.
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Aquella hora precisamente, después de la copiosa comida, sentía, durante un buen rato, un entorpecimiento progresivo de todo el cuerpo, que le obligaba a quedarse en el sillón, hasta que Martha le llamaba para la consulta. Aquel cotidiano fenómeno empezaba cuando un calorcillo agradable subía desde el estómago, invadiéndole lentamente, con un delicioso sopor que desvanecía la continuidad de las ideas, colocando su conciencia en el umbral del sueño, pero sin pasarlo nunca.
El doctor Blanchard apoyaba el mentón, ornado de una puntiaguda barba blanca, sobre el también inmaculado tejido de la camisa y se quedaba así, con los ojos entornados, sintiendo, como algo lejano, el picoteo del sol, que penetraba por los ventanales del comedor, sobre el rostro.
—¡Doctor, sus clientes le esperan!
La voz de la vieja Martha le sacaba de aquella maravillosa somnolencia y, durante algunos minutos, mientras se esforzaba en tomar contacto con la realidad, sentíase molesto y huraño de tener que abandonar aquella indolencia en la que se encontraba tan bien.
Luego, incorporándose, se sacudía, con rápidos movimientos, las migajas que podían haber quedado presas en su chaleco, haciéndolas caer al suelo. Íbase después al cuarto de baño, donde se lavaba parsimoniosamente, peinando con cuidado sus argentados cabellos y, finalmente, ya puestas las gafas, de ancha montura de concha, atravesaba de nuevo el comedor, para pasar a su despacho, lanzando una postrer mirada de cariño al cómodo sillón que sin él parecía mucho más vacío que nunca.
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