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Ver la versión completa : Dalva - Jim Harrison [epub] [UC] [UL]



pleyade
23 agosto 2019, 16:18
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FICHA TÉCNICA
Formato: epub
Tamaño: 335 Kb
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Sinopsis:


Ha sido hoy —más bien ayer, creo— cuando me ha dicho que era importante no aceptar la vida como una inmediación descarnada. Le he respondido que en este barrio la gente no habla así. La mosca que está volando ahora a mi alrededor en la oscuridad son todas las moscas que han volado a mi alrededor. Estoy en el sofá, y cuando me he despertado he creído oír voces junto al río, un ramal del río Niobrara en el que me bautizaron junto a mi hermana con un vestido blanco. Un niño gritó: «¡Serpiente de agua!» y el pastor dijo: «Sal de aquí, serpiente, yo te lo ordeno», y todos nos echamos a reír. La serpiente se dejó llevar por la corriente y empezaron los cantos. Por aquí no hay ríos. Al encender la lámpara de encima del sofá veo que él tampoco está aquí. Oigo un coche rechinar en la carretera de la costa, a pesar de las horas. Siempre hay coches. A la niña del traje de baño verde la golpearon siete veces antes de que el último coche la lanzara a la cuneta. La autopsia determinó sobredosis por revuelto californiano (es decir, mezcla de heroína y coca). El bañador tenía el color del trigo en invierno, según yo lo recuerdo, un verde casi artificial cuando se derretía la nieve. Qué preciosidad tener otro color sobre la tierra aparte de la hierba marrón, la nieve blanca y los árboles negros. Ahora, entre los coches, oigo el océano y la brisa levanta las cortinas de color azul pálido con un aroma a mar, igual que mi piel. Estoy bastante feliz, aunque a lo mejor tengo que mudarme después de todos estos años; siete, en concreto. Tengo una abrasión, casi una leve quemadura, de su bigote en el muslo. Me preguntó si quería que se afeitara el bigote y le dije que estaría perdido sin él. En parte se enfadó, como si su vanidad dependiese únicamente de algo tan frágil como un bigote. Por supuesto no estaba escuchando lo que le decía, sino todas las resonancias imaginadas de lo que le decía. Cuando me reí se enfadó aún más y empezó a marchar con paso muy dramático por la habitación, con los calzoncillos cortos que le quedaban holgados por detrás. En cierto modo era una situación agradable y graciosa, pero cuando trató de agarrarme por los hombros y zarandearme le dije que se volviera a su hotel y se retorciese él solo delante del espejo hasta que sintiera que de verdad quería estar conmigo otra vez. Así que se marchó.


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