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24 agosto 2019, 18:44
Las niñas de «El Altillo» - Begoña García González-Gordon
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«El Altillo de Buenavista» era la finca de recreo de una familia jerezana, que a mediados del siglo XIX don Manuel María González Ángel convirtió en un jardín botánico tras poblarlo de acacias, algarrobos, álamos, bojes, cedros, cipreses, ciruelos, eucaliptos, moreras, laureles, pimientas, paraísos y barnices del Japón, hasta sumar más de trescientas especies sin contar vides y naranjos. La primera piedra de «El Altillo» la colocó el menor de los nietos del bodeguero, el pequeño Cristóbal de apenas seis años, quien mucho después sería el padre de las protagonistas del libro que nos ocupa y que en las primeras páginas es «Cristobita», luego don Cristóbal y finalmente Cris, así, en cursivas.

Las niñas, las verdaderas heroínas de la obra, fueron siete hermanas que crecieron en aquel paraíso extraterritorial, donde disfrutaron de una educación tan exquisita, que quedaron fuera del alcance de los jóvenes casaderos de su tiempo. Para colmo de males, la guerra civil primero y después una enfermedad de Margara —la madre—, terminaron por enclaustrar a las siete hermanas en «El Altillo», convirtiéndose así en materia de rumores, comidillas y leyendas urbanas en Jerez de la Frontera. Ellas fueron Casilda, María, Josefa, Margara, Blanca, Mercedes y Livia.

Begoña García González-Gordon —autora y sobrina de las niñas— pudo escribir la historia de «El Altillo» y sus dueñas gracias a la memoriosa melancolía de Blanca, quien falleció en 2012 casi centenaria, obsequiándonos así un libro de una belleza fastuosa y extraña, porque nos habla de un mundo abolido habitado por familias que educaban a sus hijas con institutrices inglesas, que hablaban francés dentro de casa
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