pleyade
1 septiembre 2019, 11:10
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FICHA TÉCNICA
Formato: epub
Tamaño: 128 Kb
Hosts: Userscloud & Uploaded
Sinopsis:
Lo que más me impresionó cuando me dieron a mi segundo hijo y lo cogí en brazos fue la total ausencia de sentimientos. Ni amor. Ni cólera. Nada.
Contemplé las hinchadas facciones amoratadas, las manos achatadas, el escroto que le colgaba casi hasta los tobillos, y sentí tan poco placer y afecto como si hubieran envuelto por equivocación la placenta en una manta y me la hubieran puesto entre los brazos. La verdad, al principio pensé que eso era lo que habían hecho.
Luego nunca pude saber con certeza si se lo había devuelto bruscamente pasándoselo por encima de mis piernas al doctor que me estaba cosiendo o si lo había imaginado. El caso es que se lo llevaron. Una enfermera se acercó entonces a lavarme. Primero el pubis, luego la cara, con el mismo paño, que apenas enjuagó entre una y otra operación. Después el té. Tibio y derramado sobre el plato. Me desagrada el té. No me permitieron fumar un cigarrillo... «Aquí dentro hay oxígeno, madre.»
Mi marido, David, testigo indiferente de estas humillaciones, seguía llorando porque el niño no había sido una niña. Alegué cansancio y le sugerí que se marchara, cosa que hizo con fingida reticencia. Tanto disimulo, ya tan pronto.
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Lo que más me impresionó cuando me dieron a mi segundo hijo y lo cogí en brazos fue la total ausencia de sentimientos. Ni amor. Ni cólera. Nada.
Contemplé las hinchadas facciones amoratadas, las manos achatadas, el escroto que le colgaba casi hasta los tobillos, y sentí tan poco placer y afecto como si hubieran envuelto por equivocación la placenta en una manta y me la hubieran puesto entre los brazos. La verdad, al principio pensé que eso era lo que habían hecho.
Luego nunca pude saber con certeza si se lo había devuelto bruscamente pasándoselo por encima de mis piernas al doctor que me estaba cosiendo o si lo había imaginado. El caso es que se lo llevaron. Una enfermera se acercó entonces a lavarme. Primero el pubis, luego la cara, con el mismo paño, que apenas enjuagó entre una y otra operación. Después el té. Tibio y derramado sobre el plato. Me desagrada el té. No me permitieron fumar un cigarrillo... «Aquí dentro hay oxígeno, madre.»
Mi marido, David, testigo indiferente de estas humillaciones, seguía llorando porque el niño no había sido una niña. Alegué cansancio y le sugerí que se marchara, cosa que hizo con fingida reticencia. Tanto disimulo, ya tan pronto.
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