pleyade
24 octubre 2019, 17:06
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FICHA TÉCNICA
Formato: epub
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Sinopsis:
El piano, en la lejanía, seguía sonando. Era una música agradable, suave y tan sosegada como los latidos de un corazón sano. A intervalos se hacía enérgica y trepidante, pero tan sólo durante irnos compases. En seguida volvía a ser suave y lánguida como una caricia que no se sabe dónde va a terminar.
Henry escuchaba la música. Era incapaz de trabajar y escuchaba aquellos compases. Pensaba que le hubiera gustado saber quién era la mujer que los tocaba — porque tenía que ser una mujer—, estar a su lado y besarla muy suavemente en las mejillas o en la nuca. Pero era estúpido emplear el tiempo en deseos tan lejanos.
Se levantó y cerró la ventana. Desde que en el respetable y viejo edificio que un día ocupara por entero el “News Times” se empezaron a alquilar departamentos, ocurrían con frecuencia cosas así. Uno estaba en la Redacción y oía, sin querer, decir al cajero de la oficina de enfrente que cualquier día iba a largarse con los fondos y con la hija del dueño. O escuchaba los lunes a los empleados de una agencia de transportes de la planta baja, que eran unas mulas, discutir sobre los partidos de béisbol hasta que les escocía la garganta. En compensación, la modelo de una corsetería les sonreía a veces desde la ventana de enfrente, pero no en traje profesional, claro. Y ahora el piano. En cualquiera de los despachos de arriba debía haberse instalado una melómana o quién sabe si una poetisa. Que Dios les guardase de ella.
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El piano, en la lejanía, seguía sonando. Era una música agradable, suave y tan sosegada como los latidos de un corazón sano. A intervalos se hacía enérgica y trepidante, pero tan sólo durante irnos compases. En seguida volvía a ser suave y lánguida como una caricia que no se sabe dónde va a terminar.
Henry escuchaba la música. Era incapaz de trabajar y escuchaba aquellos compases. Pensaba que le hubiera gustado saber quién era la mujer que los tocaba — porque tenía que ser una mujer—, estar a su lado y besarla muy suavemente en las mejillas o en la nuca. Pero era estúpido emplear el tiempo en deseos tan lejanos.
Se levantó y cerró la ventana. Desde que en el respetable y viejo edificio que un día ocupara por entero el “News Times” se empezaron a alquilar departamentos, ocurrían con frecuencia cosas así. Uno estaba en la Redacción y oía, sin querer, decir al cajero de la oficina de enfrente que cualquier día iba a largarse con los fondos y con la hija del dueño. O escuchaba los lunes a los empleados de una agencia de transportes de la planta baja, que eran unas mulas, discutir sobre los partidos de béisbol hasta que les escocía la garganta. En compensación, la modelo de una corsetería les sonreía a veces desde la ventana de enfrente, pero no en traje profesional, claro. Y ahora el piano. En cualquiera de los despachos de arriba debía haberse instalado una melómana o quién sabe si una poetisa. Que Dios les guardase de ella.
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