pleyade
30 octubre 2019, 13:16
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FICHA TÉCNICA
Formato: epub
Tamaño: 1.0 Mb
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Sinopsis:
Cinco horas había necesitado el Constellation desde el viejo campo de Le Bourget al nuevo de Boukalf. París-Tánger... Apenas un salto. El reloj del vestíbulo señalaba las dos y quince minutos de la tarde. El aparato se había retrasado un cuarto de hora.
Por eso, sin duda, los altavoces apremiaban a los pasajeros —Monsieurs et Dames— para Casablanca y Dakar. Debían apresurarse. El aparato partiría apenas se apearan los viajeros y fuese descargada la correspondencia.
El retraso había sido originado, en París, por un viajero. Un finlandés cuya documentación no acababa de ser comprendida. El involuntario causante del estropicio se apeaba en unión de sus accidentales compañeros sin demostrar la más pequeña inquietud.
Evidentemente, nadie le esperaba. Ni él deseaba ser esperado. Se parapetaba tras sus gafas y su impasibilidad, correcto. Asistió sin abrir la boca a los trámites aduaneros, muy simples, y se acomodó después en el autobús que llevaría a los recién llegados al centro de la ciudad.
Suspiró, posiblemente porque tenía calor. La curiosidad no debía ser su fuerte, porque tras una ojeada indiferente a través de los cristales, abandonó la cabeza en el respaldo.
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Cinco horas había necesitado el Constellation desde el viejo campo de Le Bourget al nuevo de Boukalf. París-Tánger... Apenas un salto. El reloj del vestíbulo señalaba las dos y quince minutos de la tarde. El aparato se había retrasado un cuarto de hora.
Por eso, sin duda, los altavoces apremiaban a los pasajeros —Monsieurs et Dames— para Casablanca y Dakar. Debían apresurarse. El aparato partiría apenas se apearan los viajeros y fuese descargada la correspondencia.
El retraso había sido originado, en París, por un viajero. Un finlandés cuya documentación no acababa de ser comprendida. El involuntario causante del estropicio se apeaba en unión de sus accidentales compañeros sin demostrar la más pequeña inquietud.
Evidentemente, nadie le esperaba. Ni él deseaba ser esperado. Se parapetaba tras sus gafas y su impasibilidad, correcto. Asistió sin abrir la boca a los trámites aduaneros, muy simples, y se acomodó después en el autobús que llevaría a los recién llegados al centro de la ciudad.
Suspiró, posiblemente porque tenía calor. La curiosidad no debía ser su fuerte, porque tras una ojeada indiferente a través de los cristales, abandonó la cabeza en el respaldo.
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