pleyade
16 noviembre 2019, 12:32
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Todos los que estaban en la habitación quedaron petrificados al oír aquella voz metálica y densa, preñada de amenazas. Y todos se alzaron poco a poco de sus asientos, sin comprender lo que pasaba, creyendo hasta el último instante que aquello era una broma de mal gusto.
Por si un revólver fuera poco, el tasador de las joyas sacó otro del segundo bolsillo de su bien cortada levita color perla.
—Parece que no me han entendido bien —susurró—. No quiero que se pongan en pie ustedes. Quiero que levanten las manos por encima de sus malditas cabezas y las mantengan bien quietas.
Todos obedecieron.
Eran cuatro hombres y una mujer.
De los cuatro hombres, uno era el juez del condado. Fue éste el que masculló, no atreviéndose a creer lo que sucedía:
—¡Esto es una farsa!
El culatazo en mitad de la cabeza le convenció de lo contrario. Cayó hacia atrás, derribó la silla, se llevó las manos a la frente y se desmayó al darse cuenta de que las retiraba impregnadas en sangre.
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Por si un revólver fuera poco, el tasador de las joyas sacó otro del segundo bolsillo de su bien cortada levita color perla.
—Parece que no me han entendido bien —susurró—. No quiero que se pongan en pie ustedes. Quiero que levanten las manos por encima de sus malditas cabezas y las mantengan bien quietas.
Todos obedecieron.
Eran cuatro hombres y una mujer.
De los cuatro hombres, uno era el juez del condado. Fue éste el que masculló, no atreviéndose a creer lo que sucedía:
—¡Esto es una farsa!
El culatazo en mitad de la cabeza le convenció de lo contrario. Cayó hacia atrás, derribó la silla, se llevó las manos a la frente y se desmayó al darse cuenta de que las retiraba impregnadas en sangre.
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