pleyade
19 noviembre 2019, 17:20
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FICHA TÉCNICA
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Allan Barret, sentado a la puerta de su refugio, en la parte más alta del monte Rainier, el más alto de esa región, sacudía la pipa contra la suela de su bota, mientras contemplaba el panorama, que con el sol semioculto entre las nubes se divisaba.
Tenía las trampas preparadas y los cepos dispuestos. No tenía más que esperar a que las piezas fueran atrapadas.
Muy temprano, cada día, recogía el fruto de su habilidad como cazador y preparaba las pieles, separando lo que de ellas interesaba, para secar y llevar a la factoría en la primavera.
El sol, en esos momentos, era algo extraño. Pues todo el paisaje que le rodeaba aparecía completamente blanco, como un sudario que la naturaleza hubiera tendido sobre las montañas.
Un enorme porrazo le contemplaba a pocas yardas, echado, ya en el interior del refugio.
Cargó la pipa con lentitud. Los minutos y las horas carecían de valor para él.
Cuando el viento era favorable, llegaban hasta Allan las canciones de los madereros que cada día se acercaban más al monte Rainier.
Y esta proximidad era lo que le permitía a él atrapar muchas más piezas que antes.
Los animales huían de la sociedad humana y en su huida buscaban los lugares más altos.
El almacén que había al lado del refugio estaba lleno de pieles secas.
Solamente unos días, pocos ya, faltaban para hacer la visita a la factoría.
Cada vez que iba, encontraba más viviendas.
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Allan Barret, sentado a la puerta de su refugio, en la parte más alta del monte Rainier, el más alto de esa región, sacudía la pipa contra la suela de su bota, mientras contemplaba el panorama, que con el sol semioculto entre las nubes se divisaba.
Tenía las trampas preparadas y los cepos dispuestos. No tenía más que esperar a que las piezas fueran atrapadas.
Muy temprano, cada día, recogía el fruto de su habilidad como cazador y preparaba las pieles, separando lo que de ellas interesaba, para secar y llevar a la factoría en la primavera.
El sol, en esos momentos, era algo extraño. Pues todo el paisaje que le rodeaba aparecía completamente blanco, como un sudario que la naturaleza hubiera tendido sobre las montañas.
Un enorme porrazo le contemplaba a pocas yardas, echado, ya en el interior del refugio.
Cargó la pipa con lentitud. Los minutos y las horas carecían de valor para él.
Cuando el viento era favorable, llegaban hasta Allan las canciones de los madereros que cada día se acercaban más al monte Rainier.
Y esta proximidad era lo que le permitía a él atrapar muchas más piezas que antes.
Los animales huían de la sociedad humana y en su huida buscaban los lugares más altos.
El almacén que había al lado del refugio estaba lleno de pieles secas.
Solamente unos días, pocos ya, faltaban para hacer la visita a la factoría.
Cada vez que iba, encontraba más viviendas.
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