pleyade
1 diciembre 2019, 17:47
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FICHA TÉCNICA
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La joven miró al jinete que se acercaba.
Ahora ya no se hallaba tan distante, apenas la separaban unos cien metros, pudiendo apreciar la bonita estampa del caballo. No pudo menos de admirar al hermoso animal, negro como el azabache. El jinete también atraía su mirada. Alto y corpulento, daba la sensación de formar una sola pieza con su montura.
Se encontraba a pocos metros de ella, habiendo aminorado la velocidad del caballo. Con rapidez pudo advertir que aquel hombre se aproximaba a los cincuenta años, aunque de su aspecto se desprendía una enorme vitalidad y una impresión todavía juvenil. Los rasgos de su bronceado rostro eran enérgicos.
Los ojos, oscuros, grandes y de mirada firme; la nariz, aguileña; la boca bien dibujada. En conjunto resultaba atractivo, aunque los años le hubieran hecho perder la vivacidad de la juventud.
El jinete se detuvo y se llevó la mano al ala del sombrero.
—Buenos días, señorita. ¿Falta mucho para llegar a Rockfield?
—No, señor; apenas cuatro kilómetros. Cuando haya dado la vuelta a aquel recodo —la joven señaló uno algo distante— podrá distinguir el pueblo.
—Muchas gracias —respondió el jinete, envolviéndola en una mirada de admiración.
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Ahora ya no se hallaba tan distante, apenas la separaban unos cien metros, pudiendo apreciar la bonita estampa del caballo. No pudo menos de admirar al hermoso animal, negro como el azabache. El jinete también atraía su mirada. Alto y corpulento, daba la sensación de formar una sola pieza con su montura.
Se encontraba a pocos metros de ella, habiendo aminorado la velocidad del caballo. Con rapidez pudo advertir que aquel hombre se aproximaba a los cincuenta años, aunque de su aspecto se desprendía una enorme vitalidad y una impresión todavía juvenil. Los rasgos de su bronceado rostro eran enérgicos.
Los ojos, oscuros, grandes y de mirada firme; la nariz, aguileña; la boca bien dibujada. En conjunto resultaba atractivo, aunque los años le hubieran hecho perder la vivacidad de la juventud.
El jinete se detuvo y se llevó la mano al ala del sombrero.
—Buenos días, señorita. ¿Falta mucho para llegar a Rockfield?
—No, señor; apenas cuatro kilómetros. Cuando haya dado la vuelta a aquel recodo —la joven señaló uno algo distante— podrá distinguir el pueblo.
—Muchas gracias —respondió el jinete, envolviéndola en una mirada de admiración.
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