pleyade
11 enero 2020, 17:47
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FICHA TÉCNICA
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Sipnosis:
Hércules Poirot miró con interés y aprobación a la joven que entraba en aquel momento en la habitación.
Nada había habido en su carta que la distinguiera de tantas otras. Se había limitado a solicitar una entrevista, sin dar la menor idea siquiera de lo que se ocultaba tras la petición. Había sido breve y desprovista de toda palabrería inútil y solo la firmeza de la escritura había indicado respecto a Carla Lemarchant que era una mujer joven.
Y ahora allí estaba en persona. Una mujer alta, esbelta, de veintitantos años. Una de esas jóvenes a las que uno se ve obligado a mirar más de una vez. Vestía ropa de calidad: chaqueta y falda de corte impecable y lujosas pieles. Cabeza bien equilibrada sobre los hombros, frente cuadrada, nariz de corte sensitivo, barbilla que expresaba determinación. Una muchacha pletórica de vida. Era su vitalidad, más que su belleza, la que daba la nota predominante.
Antes de su entrada, Hércules Poirot se había sentido viejo. Ahora se sentía rejuvenecido, lleno de vida, agudo como nunca.
Al adelantarse para saludarla, se dio cuenta de que los ojos color gris oscuro le observaban atentamente, le escudriñaban con intensidad.
La joven se sentó y aceptó el cigarrillo que él le ofrecía. Después de encenderlo, permaneció inmóvil, fumando, mirándole aún con queda mirada intensa y pensativa.
Poirot preguntó con dulzura:
—Sí, ha de decidirse, ¿no es verdad?
Ella se sobresaltó.
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Hércules Poirot miró con interés y aprobación a la joven que entraba en aquel momento en la habitación.
Nada había habido en su carta que la distinguiera de tantas otras. Se había limitado a solicitar una entrevista, sin dar la menor idea siquiera de lo que se ocultaba tras la petición. Había sido breve y desprovista de toda palabrería inútil y solo la firmeza de la escritura había indicado respecto a Carla Lemarchant que era una mujer joven.
Y ahora allí estaba en persona. Una mujer alta, esbelta, de veintitantos años. Una de esas jóvenes a las que uno se ve obligado a mirar más de una vez. Vestía ropa de calidad: chaqueta y falda de corte impecable y lujosas pieles. Cabeza bien equilibrada sobre los hombros, frente cuadrada, nariz de corte sensitivo, barbilla que expresaba determinación. Una muchacha pletórica de vida. Era su vitalidad, más que su belleza, la que daba la nota predominante.
Antes de su entrada, Hércules Poirot se había sentido viejo. Ahora se sentía rejuvenecido, lleno de vida, agudo como nunca.
Al adelantarse para saludarla, se dio cuenta de que los ojos color gris oscuro le observaban atentamente, le escudriñaban con intensidad.
La joven se sentó y aceptó el cigarrillo que él le ofrecía. Después de encenderlo, permaneció inmóvil, fumando, mirándole aún con queda mirada intensa y pensativa.
Poirot preguntó con dulzura:
—Sí, ha de decidirse, ¿no es verdad?
Ella se sobresaltó.
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