pleyade
12 febrero 2020, 17:13
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FICHA TÉCNICA
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SINOPSIS
En cuanto bajaron nuestra bandera de la cuarentena y hubo abandonado el barco el último policía descalzo, uniformado de azul, de las Autoridades Sanitarias del Puerto de Bombay, subió a bordo Coelho, el goano y, tras hacerme señas con un largo dedo para llevarme al bar, susurró: «¿Tiene eso?».
La agencia de viajes había enviado a Coelho para que me ayudase en la aduana. Era alto y delgado, desastrado y nervioso, y supuse que se refería a alguna clase de contrabando. Así era. Quería queso, una exquisitez en la India. Las importaciones estaban restringidas, y los indios aún no habían aprendido a hacer queso, como tampoco habían aprendido a blanquear el papel de prensa. Pero yo no podía ayudar a Coelho. El queso del carguero griego no era bueno. Durante las tres semanas de travesía desde Alejandría me había quejado al impasible sobrecargo, y no me sentía capaz de pedírselo para bajar a tierra.
«Vale, vale», Coelho, sin creerme y sin ganas de perder el tiempo escuchando excusas. Salió del bar y echó a andar por el corredor con paso ligero, examinando los nombres encima de las puertas.
Yo me fui a mi camarote. Abrí una botella de whisky y tomé un sorbo. Después abrí una botella de metaxá y también tomé un sorbo. Eran las dos botellas de alcohol que esperaba llevar a la Bombay de la ley seca, y era la precaución que me había aconsejado mi amigo del Departamento de Turismo Indio, pues me confiscarían las botellas llenas.
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En cuanto bajaron nuestra bandera de la cuarentena y hubo abandonado el barco el último policía descalzo, uniformado de azul, de las Autoridades Sanitarias del Puerto de Bombay, subió a bordo Coelho, el goano y, tras hacerme señas con un largo dedo para llevarme al bar, susurró: «¿Tiene eso?».
La agencia de viajes había enviado a Coelho para que me ayudase en la aduana. Era alto y delgado, desastrado y nervioso, y supuse que se refería a alguna clase de contrabando. Así era. Quería queso, una exquisitez en la India. Las importaciones estaban restringidas, y los indios aún no habían aprendido a hacer queso, como tampoco habían aprendido a blanquear el papel de prensa. Pero yo no podía ayudar a Coelho. El queso del carguero griego no era bueno. Durante las tres semanas de travesía desde Alejandría me había quejado al impasible sobrecargo, y no me sentía capaz de pedírselo para bajar a tierra.
«Vale, vale», Coelho, sin creerme y sin ganas de perder el tiempo escuchando excusas. Salió del bar y echó a andar por el corredor con paso ligero, examinando los nombres encima de las puertas.
Yo me fui a mi camarote. Abrí una botella de whisky y tomé un sorbo. Después abrí una botella de metaxá y también tomé un sorbo. Eran las dos botellas de alcohol que esperaba llevar a la Bombay de la ley seca, y era la precaución que me había aconsejado mi amigo del Departamento de Turismo Indio, pues me confiscarían las botellas llenas.
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