jmm00044
23 diciembre 2013, 11:31
Cal viva - Jose Amedo
http://i1127.photobucket.com/albums/l625/jmm00044/dibujos/muy-2002.jpg
Lo que transcribe Amedo en Cal viva persigue varios frentes en una guerra donde él perdió más que otros impunes. Uno es vengarse de antiguos superiores, políticos del PSOE y jueces que conocieron los sumarios de la guerra sucia. Es sorprendente que Amedo sea tan selectivo en su empeño. Cuando habla de dineros y mercenarios olvida noches de casino, prostitutas y excesos que parecen ridículos si los comparamos con la millonada que atracaron mandos y políticos bajo la excusa de la razón de Estado. Para recordarnos el país en que
vivimos Cal Viva hace crónica de en qué manos estábamos con José Barrionuevo, José Luis Corcuera y Antonio Asunción como ministros de Interior. Las basuras del GAL las aventó Juan Alberto Belloch cambiando estilos en la casa. Cuando no pagó silencios y echó a corruptos sólo situó el problema en otro paradero. Las carteras de Interior y Justicia, como en Zambia o Burundi, las unificó el actual alcalde zaragozano y superviviente nato.
La sombra ‘X’ del GAL la despeja Amedo, cómo no. Ya conocíamos su dictamen. Felipe González jamás reconoció nada aunque repartió abrazos en la puerta de cárceles. Su vicetodo Alfonso Guerra tampoco sabía nada de los trapicheos de su hermano Juan. Rajoy, sin embargo, fue hábil confesando equivocarse con la probidad de Bárcenas. Más lo fue Margaret Thatcher asumiendo la razón de Estado de los tiros de sus agentes antiterroristas. Pepe Amedo, como se deja llamar el jefe de los mercenarios, vende regular su historia y padecimientos. La falta mesura en sus iras. Ruiz Mateos se disfrazó de Supermán y repartió leches por el expolio de Rumasa. Años después estafó con la impagable ayuda de sus hijos en el invento de la Nueva Rumasa. El GAL que retrata Amedo amarillea porque reitera un refrito de sus idas y venidas por Francia, juzgados y cárceles. Son imperiosas más sentencias judiciales. En especial alguna que explique a la viuda de García Goena quién mató a su marido. Su único delito fue negarse a servir a los militares y portar armas. Su error fue estar en medio de una balacera de impresentables.
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Lo que transcribe Amedo en Cal viva persigue varios frentes en una guerra donde él perdió más que otros impunes. Uno es vengarse de antiguos superiores, políticos del PSOE y jueces que conocieron los sumarios de la guerra sucia. Es sorprendente que Amedo sea tan selectivo en su empeño. Cuando habla de dineros y mercenarios olvida noches de casino, prostitutas y excesos que parecen ridículos si los comparamos con la millonada que atracaron mandos y políticos bajo la excusa de la razón de Estado. Para recordarnos el país en que
vivimos Cal Viva hace crónica de en qué manos estábamos con José Barrionuevo, José Luis Corcuera y Antonio Asunción como ministros de Interior. Las basuras del GAL las aventó Juan Alberto Belloch cambiando estilos en la casa. Cuando no pagó silencios y echó a corruptos sólo situó el problema en otro paradero. Las carteras de Interior y Justicia, como en Zambia o Burundi, las unificó el actual alcalde zaragozano y superviviente nato.
La sombra ‘X’ del GAL la despeja Amedo, cómo no. Ya conocíamos su dictamen. Felipe González jamás reconoció nada aunque repartió abrazos en la puerta de cárceles. Su vicetodo Alfonso Guerra tampoco sabía nada de los trapicheos de su hermano Juan. Rajoy, sin embargo, fue hábil confesando equivocarse con la probidad de Bárcenas. Más lo fue Margaret Thatcher asumiendo la razón de Estado de los tiros de sus agentes antiterroristas. Pepe Amedo, como se deja llamar el jefe de los mercenarios, vende regular su historia y padecimientos. La falta mesura en sus iras. Ruiz Mateos se disfrazó de Supermán y repartió leches por el expolio de Rumasa. Años después estafó con la impagable ayuda de sus hijos en el invento de la Nueva Rumasa. El GAL que retrata Amedo amarillea porque reitera un refrito de sus idas y venidas por Francia, juzgados y cárceles. Son imperiosas más sentencias judiciales. En especial alguna que explique a la viuda de García Goena quién mató a su marido. Su único delito fue negarse a servir a los militares y portar armas. Su error fue estar en medio de una balacera de impresentables.
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