jmm00044
6 febrero 2014, 09:36
La Inquisición: El lado oscuro de la Iglesia - Primitivo Martínez Hernández
http://i1127.photobucket.com/albums/l625/jmm00044/dibujos/muy-1658.jpg
A partir del Edicto de Milán (313), la Iglesia, ya institución, se alejó —quizás ya otra— de las formas solidarias de las primeras comunidades. El emperador Constantino, hábil político sin ser cristiano, consciente del valor de la religión como instrumento de cohesión y de sometimiento para vertebrar su dilatado Imperio, declara al cristianismo como religión oficial del Estado. Compra las voluntades de los obispos; los utiliza como jueces aun en casos civiles y les concede poder político. Convoca el Concilio de Nicea (325) para uniformar el credo y atacar las incipientes herejías y declaran que Jesús de Galilea es Dios, de la misma naturaleza que el Padre (homoousios). El Yahvé uno se convierte en trino y los obispos que no aceptasen la fórmula trinitaria serían desterrados y a Miguel Servet, al negarla, le costaría ser quemado vivo por Calvino, con el andar de los tiempos. Nacen los dogmas que aplastan el mensaje de Jesús de la Buena Nueva y de las Bienaventuranzas. Constantino, con sus serviles obispos, cambia el genoma de la Iglesia en cuanto institución. Así empieza el principio de su fin, alargado en el tiempo.
Ambos poderes, ambas espadas, la civil y la religiosa, en perfecto maridaje, constriñen, restringen y hasta eliminan la libertad de conciencia. El clímax se alcanzó en el siglo XIII, cuando el papa Gregorio IX (1231) crea la “Santa Romana y Universal Inquisición” para ” desarraigar la herejía donde quiera que se encontrase”. La recta doctrina fue el arma que el Santo Tribunal utilizaría para ejercer su poder sobre reyes y obispos, y meter en el redil de la sumisión a sus súbditos creyentes y que al mismo tiempo sería utilizada por reyes y príncipes para cercenar derechos, fueros, reclamos y libertades de sus ciudadanos.
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A partir del Edicto de Milán (313), la Iglesia, ya institución, se alejó —quizás ya otra— de las formas solidarias de las primeras comunidades. El emperador Constantino, hábil político sin ser cristiano, consciente del valor de la religión como instrumento de cohesión y de sometimiento para vertebrar su dilatado Imperio, declara al cristianismo como religión oficial del Estado. Compra las voluntades de los obispos; los utiliza como jueces aun en casos civiles y les concede poder político. Convoca el Concilio de Nicea (325) para uniformar el credo y atacar las incipientes herejías y declaran que Jesús de Galilea es Dios, de la misma naturaleza que el Padre (homoousios). El Yahvé uno se convierte en trino y los obispos que no aceptasen la fórmula trinitaria serían desterrados y a Miguel Servet, al negarla, le costaría ser quemado vivo por Calvino, con el andar de los tiempos. Nacen los dogmas que aplastan el mensaje de Jesús de la Buena Nueva y de las Bienaventuranzas. Constantino, con sus serviles obispos, cambia el genoma de la Iglesia en cuanto institución. Así empieza el principio de su fin, alargado en el tiempo.
Ambos poderes, ambas espadas, la civil y la religiosa, en perfecto maridaje, constriñen, restringen y hasta eliminan la libertad de conciencia. El clímax se alcanzó en el siglo XIII, cuando el papa Gregorio IX (1231) crea la “Santa Romana y Universal Inquisición” para ” desarraigar la herejía donde quiera que se encontrase”. La recta doctrina fue el arma que el Santo Tribunal utilizaría para ejercer su poder sobre reyes y obispos, y meter en el redil de la sumisión a sus súbditos creyentes y que al mismo tiempo sería utilizada por reyes y príncipes para cercenar derechos, fueros, reclamos y libertades de sus ciudadanos.
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