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3 enero 2011, 19:31
Florencia en la epoca de los Medicis - Alberto Teneti
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La lucha entre el Papado y el Imperio, que consumió las fuerzas de ambos durante largo tiempo, benefició en cambio a las ciudades del centro y norte de Italia haciendo de ellas núcleos autónomos tanto en el aspecto político como en el económico y social. A pesar de que cada una optó por su propio camino, en conjunto se perfilarán en ellas novedades que, rompiendo con el mundo medieval aún instalado en las grandes formaciones territoriales de más allá de los Alpes, anuncian la modernidad en uno y otro sentido: allí surge el Estado tal y como lo entendemos ahora, ente abstracto despersonalizado; allí se desarrollan actividades artesanales y comerciales que, si no únicas en el ámbito europeo, se diversifican más que en ninguna otra parte y evolucionan a un ritmo mayor hacia las formas capitalistas; allí se producirá también una revolución estética en el campo literario y artístico que, a través del humanismo, nos llevará al Renacimiento. Como bien observa el autor, las tres dimensiones enumeradas son entre sí dependientes: el marco político, al bloquear las tendencias feudalizantes, crea un espacio de libertad apropiado para el desenvolvimiento de la burguesía, que, una vez adquirida la riqueza, hace del humanismo no sólo un complemento estético para realzar su posición social, sino la justificación ética de sus actividades, tan mal vistas desde posiciones estrictamente cristianas.
Cada ciudad tendrá una trayectoria específica, pero con ciertas afinidades respecto a otras: así, Venecia y Génova, rivales y semejantes, dominan el comercio marítimo y se dotan de instituciones bastante sólidas de signo oligárquico (aristocrático-burguesas); Milán, en cambio, se verá sometida a una autoridad principesca, primero con los Visconti, luego con los Sforza. La mayoría, como Perugia, Pisa, Siena, Lucca o Bolonia, tras anular la fuerza de sus linajes feudales, buscará convertirse en Comunas sostenidas por la alianza entre la burguesía y los estratos inferiores, de carácter urbano; si casi todas ellas no llegaron a consolidarse, se debió más que a problemas de orden interno, a su fragilidad ante vecinos más poderosos, en especial el Papado, después de su regreso de Avignon.
Florencia es un caso aparte, pues a lo largo de varios siglos mantiene su independencia, no sin graves conflictos; sus instituciones evolucionan desde la Comuna inicial hasta la Señoría del siglo XV y, finalmente, el establecimiento de un principado - en beneficio de los Médicis - que se prolongará hasta la época de la unificación en el siglo XIX con los sucesores Habsburgo. En ella nacerá un primer humanismo en el siglo XIV (Dante, Petrarca, Boccaccio) acompañado de una renovación estética (Giotto); más tarde, en el siglo XV, Florencia monopoliza las creaciones renacentistas gracias a un par de generaciones fecundas; a finales de ese siglo esos mismos escritores y artistas florentinos preferirán otros escenarios (Roma, Milán, Venecia, Francia) siguiendo, por lo general, mecenazgos más generosos. Al mismo tiempo, la vitalidad económica de Florencia había disminuido por varias causas (competencia exterior, cambio de mentalidad y de objetivos, gastos crecientes del Estado para salvaguardar su libertad).
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La lucha entre el Papado y el Imperio, que consumió las fuerzas de ambos durante largo tiempo, benefició en cambio a las ciudades del centro y norte de Italia haciendo de ellas núcleos autónomos tanto en el aspecto político como en el económico y social. A pesar de que cada una optó por su propio camino, en conjunto se perfilarán en ellas novedades que, rompiendo con el mundo medieval aún instalado en las grandes formaciones territoriales de más allá de los Alpes, anuncian la modernidad en uno y otro sentido: allí surge el Estado tal y como lo entendemos ahora, ente abstracto despersonalizado; allí se desarrollan actividades artesanales y comerciales que, si no únicas en el ámbito europeo, se diversifican más que en ninguna otra parte y evolucionan a un ritmo mayor hacia las formas capitalistas; allí se producirá también una revolución estética en el campo literario y artístico que, a través del humanismo, nos llevará al Renacimiento. Como bien observa el autor, las tres dimensiones enumeradas son entre sí dependientes: el marco político, al bloquear las tendencias feudalizantes, crea un espacio de libertad apropiado para el desenvolvimiento de la burguesía, que, una vez adquirida la riqueza, hace del humanismo no sólo un complemento estético para realzar su posición social, sino la justificación ética de sus actividades, tan mal vistas desde posiciones estrictamente cristianas.
Cada ciudad tendrá una trayectoria específica, pero con ciertas afinidades respecto a otras: así, Venecia y Génova, rivales y semejantes, dominan el comercio marítimo y se dotan de instituciones bastante sólidas de signo oligárquico (aristocrático-burguesas); Milán, en cambio, se verá sometida a una autoridad principesca, primero con los Visconti, luego con los Sforza. La mayoría, como Perugia, Pisa, Siena, Lucca o Bolonia, tras anular la fuerza de sus linajes feudales, buscará convertirse en Comunas sostenidas por la alianza entre la burguesía y los estratos inferiores, de carácter urbano; si casi todas ellas no llegaron a consolidarse, se debió más que a problemas de orden interno, a su fragilidad ante vecinos más poderosos, en especial el Papado, después de su regreso de Avignon.
Florencia es un caso aparte, pues a lo largo de varios siglos mantiene su independencia, no sin graves conflictos; sus instituciones evolucionan desde la Comuna inicial hasta la Señoría del siglo XV y, finalmente, el establecimiento de un principado - en beneficio de los Médicis - que se prolongará hasta la época de la unificación en el siglo XIX con los sucesores Habsburgo. En ella nacerá un primer humanismo en el siglo XIV (Dante, Petrarca, Boccaccio) acompañado de una renovación estética (Giotto); más tarde, en el siglo XV, Florencia monopoliza las creaciones renacentistas gracias a un par de generaciones fecundas; a finales de ese siglo esos mismos escritores y artistas florentinos preferirán otros escenarios (Roma, Milán, Venecia, Francia) siguiendo, por lo general, mecenazgos más generosos. Al mismo tiempo, la vitalidad económica de Florencia había disminuido por varias causas (competencia exterior, cambio de mentalidad y de objetivos, gastos crecientes del Estado para salvaguardar su libertad).
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