jmm00044
6 julio 2014, 16:49
República, guerra y represión: Lucena 1931-1939 - Arcángel Bedmar
http://i1127.photobucket.com/albums/l625/jmm00044/dibujos/image001.gif
Una de las más frecuentes y, además, muy utilizada como “justificación ideológica” de la sublevación militar, era el radicalismo obrero durante la República y su negativa influencia para el normal funcionamiento de la vida democrática. Pues bien, como demuestra el exhaustivo estudio de Arcángel Bedmar, Lucena fue una balsa de aceite durante la República, lo que resulta especialmente sorprendente dada la extrema penuria de los sectores mayoritarios del municipio. Es decir, no hubo estrategia de la tensión ni acciones desestabilizadoras de la convivencia.
Los terratenientes se mostraron inconmovibles e incumplieron sistemáticamente la legislación laboral republicana. No es que ya no hubiese concesiones, es que no se abrió puerta alguna al diálogo social. “¡Qué coman República!”, era la respuesta terrible de los propietarios para con la masa famélica.
Por eso, no nos cansaremos de repetir cuán desproporcionada y sangrienta y carente de sentido e inhumana e impolítica, etcétera, fueron la represión y el terror desencadenados por los sublevados –secundados por Falange y apoyados por la jerarquía eclesiástica en esta terrible determinación–, dispuestos a hacer “tabula rasa” del régimen republicano, cuyos principios humanistas y liberales, sus reglas democráticas y legislación social, no recibieron más respuesta que la decidida enemiga de la coalición de intereses retrógrados que, en definitiva, hizo posible la guerra civil. Muchas veces se olvida que no hubo opción al reformismo; que se marchó decididamente a hacerlo abortar, que fue la contrarrevolución la que provocó la “revolución”, pues ni el fascismo ni el comunismo, como demostraron las elecciones de 1936, tenían suficientes bases sociales en las que sustentar sus respectivos programas políticos. El autor traza una completa panorámica de la vida social y política en el municipio lucentino entre 1931 y 1939 y, aunque sitúa el microscopio para ampliarnos una realidad más concreta, su mérito estriba en convertir dicha particularidad en un caso de reflexión de más alcance.
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Una de las más frecuentes y, además, muy utilizada como “justificación ideológica” de la sublevación militar, era el radicalismo obrero durante la República y su negativa influencia para el normal funcionamiento de la vida democrática. Pues bien, como demuestra el exhaustivo estudio de Arcángel Bedmar, Lucena fue una balsa de aceite durante la República, lo que resulta especialmente sorprendente dada la extrema penuria de los sectores mayoritarios del municipio. Es decir, no hubo estrategia de la tensión ni acciones desestabilizadoras de la convivencia.
Los terratenientes se mostraron inconmovibles e incumplieron sistemáticamente la legislación laboral republicana. No es que ya no hubiese concesiones, es que no se abrió puerta alguna al diálogo social. “¡Qué coman República!”, era la respuesta terrible de los propietarios para con la masa famélica.
Por eso, no nos cansaremos de repetir cuán desproporcionada y sangrienta y carente de sentido e inhumana e impolítica, etcétera, fueron la represión y el terror desencadenados por los sublevados –secundados por Falange y apoyados por la jerarquía eclesiástica en esta terrible determinación–, dispuestos a hacer “tabula rasa” del régimen republicano, cuyos principios humanistas y liberales, sus reglas democráticas y legislación social, no recibieron más respuesta que la decidida enemiga de la coalición de intereses retrógrados que, en definitiva, hizo posible la guerra civil. Muchas veces se olvida que no hubo opción al reformismo; que se marchó decididamente a hacerlo abortar, que fue la contrarrevolución la que provocó la “revolución”, pues ni el fascismo ni el comunismo, como demostraron las elecciones de 1936, tenían suficientes bases sociales en las que sustentar sus respectivos programas políticos. El autor traza una completa panorámica de la vida social y política en el municipio lucentino entre 1931 y 1939 y, aunque sitúa el microscopio para ampliarnos una realidad más concreta, su mérito estriba en convertir dicha particularidad en un caso de reflexión de más alcance.
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