El papel permaneció allí, esperando que alguien lo tome. José lo sostenía sobre su mano abierta. Diminuto, y sobre su pequeñez plegado, intimidaba a esos gruesos hombres con la misma fuerza con que resplandecía.
Las miradas se detuvieron en esa mano temblorosa que contenía el veredicto del azar o del cielo, según la creencia de cada cual.
Por fin Marcos se animó y terminó con la incertidumbre. Lo abrió con cuidado y reveló con voz firme el secreto: “veintitrés”.
David dio un brinco mientras otros lo abrazaban. Desde que se instalaron en ese descampado, un par de años antes, cada dos meses ese grupo de obreros soñadores comenzaban la construcción de la vivienda para uno de ellos. El agraciado se definía por sorteo.
PD: ¡A animarse! que tenemos hasta el domingo para poner los relatos y queremos leer muuuuchos!!!![]()