El papel permaneció allí, esperando que alguien lo tome. No era un papel
cualquiera, ni el destinatario desconocido. Era una carta de despedida, la carta
que revelaría un amor oculto por años, un amor que ya jamás llegaría a ser.
La mano que lo había escrito acababa de perder su calor. El regresaría de viaje
y la vería. Esa era la idea. Pero el destino, sabio y justo, terminó por unirlos en
cuestión de horas. Esperanza y su amado podrán vivir la eternidad juntos. Y la
carta permanecerá allí, en la mesita de noche, convenientemente colocada y
tristemente olvidada...