En teoría, el único riesgo lo corría al recorrer en ambulancia los diez kilómetros que separaban aquel hospital del que conseguía huir por fin, y su casa, su hogar.
No veía el momento de poder estar con sus niñas, dos preciosas pequeñajas, (la mayor tenía 8 años, y la pequeña acababa de cumplir 5), que no entendían porque su papá se pasaba tanto tiempo en aquel lugar lleno de médicos y enfermeras.
Inevitablemente, empezó a recordar. Recordó aquel día de diciembre en el que le comunicaron que ya no había solución, que, a sus 38 años, el tiempo se le agotaba a pasos agigantados. Fue entonces cuando decidió regresar para poder estar con los suyos, intentando alargar cada segundo de vida que le quedase.
El sábado recibió la visita de la Parca: fue de noche, mientras dormía abrazado a su chica, la chica con la que una tarde de verano decidió que iba a compartir el resto de su vida.