Aquella noche oscura parecía no terminar nunca. Quería apurar el tiempo, pero los minutos se empeñaban en pasar lentos. El miedo se apoderaba de su espíritu. Trató inevitablemente distraer su atención, ocupar su mente en otro asunto, forzar el ritmo de los acontecimientos. Pero dentro suyo todo parecía como un ojo de tormenta que absorbía cuanta cosa se acercaba.
Con el paso de las horas la luz se fue haciendo de a poco, pero no a través de la ventana, sino dentro suyo. Todo se iluminó cuando pudo ver a su lado no al hombre de los deseos, todopoderoso, sino a aquél que puede hundirse como cualquier mortal, volver a cobrar fuerzas, tener la necesitar ser sostenido y capaz de abrazar con intensidad, débil y fuerte, pero por sobre todo, sensible, humano y compañero. Entonces la noche se apaciguó y se llenó de claridad.