Nunca había visto unos ojos tan expresivos. Nunca podría olvidarlos, nunca.
Podría recordar otros miles de momentos, casi tan perfectos como el fulgor de sus ojos, llamenando vida a raudales. Pero aquel último instante de vida, de su vida, era lo que jamás podría olvidar. El momento en que comprendió que tenía, que debía, depedirse. Irremediablemente, sin que pudiera hacer nada, atada de pies y manos, en contra su voluntad, se marchaba. Y con la intensidad, llena de amor, de su mirada, se despidió de los presentes. No hubo palabras, ni suspiros tan solo una paz inmensa llenó la estancia con la expresión de sus vividos y hermosos ojos. Hasta el fin, hasta siempre. Hasta el reencuentro, pareció decir......