Alejandro
Con la mirada fija en el infinito, su voz entrecortada y un nudo en la garganta, partía el migrante de su tierra natal. No quería volver la vista atrás, era demasiado doloroso. Tras él quedaban sus seres queridos, la casa materna, el viejo baúl del abuelo; ese mismo que olía a recuerdos añejos. El árbol donde había escrito el nombre de ella y el suyo en medio de un corazón atravesado por una flecha, el olor a estiércol de ganado, la exquisita comida de mamá; sobre todo, sus conservas de mil y un sabor. ¡Qué ambrosía!
Su mejor amigo, con quien había compartido tantos secretos de infancia y juventud; su primera pelea y lo mucho que sangró su nariz. ¡Qué tiempos aquellos! ¡Cómo no recordarlos! ¡Cuánto no desearía volver a vivirlos!
Pero ahora se apoderaba de él la inexorable incertidumbre...