La situación pintaba mal, muy mal...
El trabajo de muchos hermanos, durante cantidad de años, cayó en las ávidas fauces de una jauría que tiene a su servicio los peores esbirros que imaginarse uno pueda.
Ferocidad bestial e ignorante.
Los perros del hortelano no comen ni dejan comer. Pretenden guardar en los cajones de sus tenebrosas despensas la historia viva, la cultura de nuestros padres y abuelos, el modo de ser que los latinoamericanos buscamos hace siglos.
Nos quedan restos. Pero también los arrestos de nuestras fuerzas para enfrentar al opresor convertidos en Caupolicanes, Monimbós o Tupac Amarus de los nuevos tiempos.
Tiemble la horda de barbarie que quiere apropiarse de lo que, en rigor, no le pertenece.
Volveremos, como tantas veces lo hicimos. Dando creativos pasos adelante luego del retroceso, dispuestos a defender la libertad y lo que es nuestro hasta la victoria final.