¡A muerte! ¡A muerte!
La voz del descontento ensordecía, masa informe eran los gritos de los hombres que, rabiosos, querían linchar al asaltante, al asesino, a Augusto Pinochet o al presidente de la Reserva Federal en los Estados Unidos. Salobres fueron mis palabras, turbias e impacientes. Lloraba, sufría, rugía conmocionado escribiendo, no por las sociales reivindicaciones; sino por el desprecio hacia la vida. Oh flor abierta en marzo, en abril, en el centro helado de noviembre: la muerte no sirve para hacer justicia; servirá solo para seguir viviendo.
Hoy, las aves carroñeras, vuelan como lívidas gaviotas y cantan cual alondras verdaderas... Vale más, vale más la vida aunque sea de cobardes.
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