Y cuando todo parecía perdido se dispersaron. Cada cual siguió su instinto, su mente, su corazón, o sus miedos. Se encerraron, confundidos y desanimados, mientras duró la larga noche. Los piolines que los mantenían unidos se aflojaron y ya ninguno volvió a saber del otro.
Fue un tiempo para mirarse hacia dentro, para preguntarse por el sentido de lo humano. Poco a poco las dudas se iban despejando, forzando el amanecer.
Uno -o una, ya no recuerdo-, de pequeña contextura, sintió la fuerza y tiró suavemente de su puñado de piolines. Sorprendido recibió la evidencia más cabal de que no todo estaba perdido: varios tironcitos fueron la respuesta.
Fue suficiente. Los hilos se fueron tensando y volvieron a formar la trama que vincula y sostiene. La energía, los sueños y los afectos comenzaron a circular sin fin por esos hilos que los llevaban de uno a otro sin cesar. Entonces... lo imposible volvió a ser posible.