Ahora o nunca... que mi tiempo anda medio escaso últimamente. Va lo mío:
En teoría, el único riesgo lo corría al recorrer esos cincuenta metros hasta entrar a la vieja casona.
En esa parte del camino apresuraba el paso y se llenaba de temor. Temor a ser descubierto, sí; pero sobre todo temor a no ser comprendido por aquéllos que amaba. Después de todo, era un viejo con la vida hecha.
Cada semana juntaba coraje, porque la felicidad que traía a su corazón lo merecía. Salía de su casa, pasaba por el florista a comprar media docena de rosas, caminaba pausadamente hasta el cementerio donde habían sepultado a su esposa -sólo a sus restos porque él la conservaba lozana dentro suyo-, y sin entrar se detenía por un momento a recordarla en el portal.
Luego respiraba hondo, cobraba aliento, y caminaba presuroso los pocos metros que lo separaban de Elena, aquella viuda con quien compartió el dolor de una profunda pérdida y festejó -en realidad sigue festejando- la alegría de un nuevo encuentro.