Ella despertó en mí el más básico de mis instintos, el deseo por poseerla. Así, sin ambigüedades, hacerla mía. El primer paso lo dieron mis palabras, las más tiernas, las más movilizadoras, las más encantadoras que pudiera expresarle. Y ella respondió con la misma intensidad. Al abrazo de las palabras le siguió el abrazo de los brazos, enredados, apretando con fuerza al uno sobre el otro.
Pronto “el más básico de los instintos” tuvo la posibilidad de realizarse. Sublime y humano momento. Todavía no puedo entender porqué tiene tan mala reputación ese instinto, esas ganas de completarse en el otro, de comunicarse en ese profundo lenguaje, de verter en los cuerpos los sentimientos del alma.
Fui pleno al poseerla. Lo que no supe es que ella sentía ese mismo deseo hacia mí. Al sentirme poseído me asusté, y huí.