Ella despertó en mí el más básico de mis instintos, el deseo por poseerla. Porque lo quería, y la quería. Pero, si me paraba a pensarlo durante un segundo, llegaba a la triste conclusión de que me estaba engañando a mí mismo, que la anhelaba sin pensar en las consecuencias, solo estaba inmerso en ese utópico sueño de querer que fuese “algo más”.
Pero soñaba… soñaba con sus labios despertando suave y dulcemente a los míos, soñaba con mis dedos acariciando un delicioso cuerpo de mujer, haciendo estremecer cada milímetro de su piel, soñaba con una tormenta de pasión, con dos barcas a merced de las olas y de la tormenta de placer que haría que acabásemos exhaustos, derrotados, pero felices, en una playa de ternura y cariño.