Ese día las calles se llenaron de ilusiones.
Creíamos que era posible construir partiendo de la fuerza de la gente, que debajo de los adoquines crecería el trigo, que estaría prohibido prohibir y que, siguiendo al Che, era realista pedir lo imposible.
Ganamos aquella batalla, pero perdimos la guerra. El Mayo francés fue una pequeña primavera, la ilusión de que se podía. Un Woodstock menos pacífico y amoroso. Un Vietnam desprovisto de belicismo y clarividencia.
Hoy, nuevamente Europa puede construir la historia. No perdamos la oportunidad. Llenemos nuevamente las calles con nuestros anhelos, pero no aflojemos.
Tengamos claro que el “orden” juega a favor de los poderosos. Que pagar el desmadre ajeno con nuestra pobreza es injusto. Que nada será diferente en el invernáculo de los políticos si no lo cambiamos. Que el día que abandonemos el ámbito público comenzaremos a construir nuestra derrota.
Sin duda, así las indignadas calles repletas de ilusiones verán brotar la primavera.