Ese día las calles se llenaron de una espesa niebla que impedía ver más allá de un par de centímetros. Pese a que el fenómero fue anunciado en todos los medios de comunicación, resultó inevitable que el pánico se apoderara por unos instantes de la gente de Winsboroh. Sin embargo, pronto comenzaron a percatarse de que su edad, color de piel, vestiduras y bienes materiales dejaban de importar pues nadie era capaz de verlos y apreciarlos. El resto de días que duró el fenómeno la gente se relacionó con mayor naturalidad y espontaneidad, alcanzando en muchos casos la satisfacción que en cualquier otra situación no hubieran podido lograr. El día en que todo volvió a la normalidad, todo el pueblo de Winsboroh decidió arrancarse los ojos y ser así felices para siempre.