Era la hora en que el primer rayo de sol hiere de muerte a la noche, en que un claro puñal se hiende en la carne oscura y la desgarra. Era la hora en que se levanta el velo espeso de las sombras y en la que se encienden todas las candelas y los cirios y los semáforos tornan a su rutina verde, roja y amarilla.
Era la hora en que los almacenes abren sus párpados de hierro y en la que los marchantes disponen todo sobre la gran mesa del mercado. Templo de la vida. Era la hora en que tu persona y mi persona se despedirían: nuestro beso fue la oración de la mañana y aunque por los acontecimientos se sentía como si fuera el último; resultó siendo el primero, felizmente. La Revolución de Octubre comenzaba.