Era la hora en que el primer rayo de sol hiere de muerte a la noche. Durante ese largo tiempo de oscuridad el banco del parque se había convertido en litera, la arboleda en espeso techo, el arrullo de palomas en canción de cuna.
Esa mañana -como todas las mañanas- a Ramón no lo despabila la luz del día, su despertador es el grito del oficial que lo desaloja una vez más del espacio público que sirvió de dormitorio. Durante varios años la rutina se repitió como áspera convivencia en esos segundos que el día y noche comparten.
Un día, allá por el '77 en un lugar de Argentina, los oficiales ya no tuvieron a quién despertar. Un miserable, sintiendo la autoridad de disponer de la vida y de la muerte, mandó a hacer limpieza mayor en esa ciudad.
Perdón por los retrasos con los tiempos...
¿Les parece que extendamos el plazo hasta mañana domingo por si alguien más nos regala su relato? Siiiii 
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