Recuerdo la lozanía de aquella tarde de verano juvenil como si se tratara
de ayer mismo, y de eso... ya hace mucho. Perico, mi mejor amigo, y yo,
paseábamos como cada tarde por la orilla del río que cruzaba el pueblo donde
vivíamos. Armados con palo y piedra, estábamos dispuestos a combatir a
cualquier alimaña que se nos presentara. Las lagartijas, ratas y serpientes no
iban a estar a salvo si se nos encaraban. Pero cual fue nuestra sorpresa cuando
la bestia que nos encontramos en nuestro camino era una vaquilla que se había
escapado de las fiestas del pueblo contiguo y que bebía tranquila en el río hasta
nuestra llegada. Jamás vi a Perico correr tanto, y eso que siempre fue de los
rezagados en las clases de gimnasia, pero ese día la situación lo superó. Una
lástima que no hubiesen por entonces cámaras de vídeo, nos podríamos haber
ganado unas perras con el.
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