Recuerdo la lozanía de aquella tarde de verano juvenil.
La vida convocaba a la aventura y, sin pensarlo demasiado, reunimos nuestros exiguos capitales para cargar las mochilas y lanzarnos a recorrer la América del Che.
No viajábamos en moto sino en auto stop, pero las ansias eran las mismas: encontrar el continente profundo, descubrir los Pueblos Originarios, catar el acre sabor de la miseria de nuestra gente y ayudar a paliarlo.
No pudimos ser como él. No nos esperaba una revolución a la vera del camino sino la dura comprobación de no alcanzar la estatura del héroe.
Pero también el compromiso, y a eso no renunciamos. Hicimos lo que pudimos, apostando lo que teníamos.
Amigo mío ….. también te recuerdo siempre. Aquellos jóvenes que fuimos pueden todavía degustar la hermandad madura que forjamos y estrechar en un abrazo el correr de los caminos y la existencia consagrada a los demás que nos dejaron.
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