¡A muerte! ¡A muerte!
Tristes campanas suenan a dolor, pobre Romeo.
Tu amada yace en fría tumba, helada y yerta por tu ausencia, olvidando ya los trinos de ruiseñores y alondras que podrían anunciarles noches y días de felicidad.
Y tu mano tantea el macabro elixir que arrancaste al noble boticario mientras tus labios anhelan apurarlo hasta el final para acompañarla en su cruel destino.
¡Malévolo Shakespeare que los sometió a tan inconsolable historia!
Espera, Romeo.
No bebas el veneno.
Julieta duerme soñando contigo, con despertar a tu lado y huir juntos de la desdicha.
Tan solo aguarda y serán dichosos.
¡Cuántas veces quise gritártelo mientras repetías el libreto inexorable que los conduciría al terrible final que el bardo diseñó para su idilio!
Pero la maquinaria del teatro avanzaba y mi corazón moría un poco más a cada muerte.
¿Era necesario?
Si el único elixir que vale es el de amor ……
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