El Coronel
Erguido y orgulloso, como asta de bandera nacional, se encontraba el coronel ante sus tropas. Era de recto proceder, a veces muy estricto; pero para él, sus hombres estaban primero y siempre se preocupó por protegerlos como si fueran sus propios hijos. Su don de mando nunca se interpuso para tratar a cada uno con el mismo cariño y respeto de siempre. Sus soldados lo sabían y por tal razón siempre fue obedecido ciegamente.
Jamás se alimentó sino hasta que el último de sus hombres lo hiciera primero. Y mientras dormían, él velaba por ellos. Y si alguno enfermaba, no descansaba hasta encontrarle remedio.
Aquella oscura y amarga mañana, en que el ínclito comandante no regresó al cuartel, todos endecharon su ausencia. Su féretro, adornado con los símbolos patrios, fue regado con las lágrimas de quienes le sirvieron con devoción, respeto y admiración.
(*) 145 palabras, incluyendo el título.