Jaja, Pablo, puedes llamarme Tilo, después de todo es mi mote de cajón, y así soy más conocido por algunos de ustedes. Digamos que No se quien es alguien cuyo nombre ha olvidado, apropósito de un experimento sencillo. Así como en Macondo ciertas cosas había que señalarlas con el dedo, creo que para definir una cosa con más precisión hay que señalarla y apelar a que la cosa se muestre como es en realidad, sin estar corrompida por el lenguaje (y todos los problemas que trae consigo abstraer) y todo aquello que se origina en el hombre. El No se quien es el vacío que acucia a la razón para sustituir al dedo que señala, y evitar su parcial o total locura. Y aunque el No se quien o el No se qué se pueden adjetivar, sustantivar o nombrar con propiedad, no dejan de representar una molestia para el ávido deseo de desvelar y nombrar en nombre de la razón y de lo que le es propio: el uso de un lenguaje aparentemente avanzado. Hoy No se quien es la piedrita en el zapato para el que camina recto por a través de la sensual vía del conocimiento. Pero bueno, jajaja, soy Tilo todavía = )
Como todo entusiasta de corazón seudoheideggeriano, creo fervientemente que el arte es la puerta del corazón del hombre. El peligro de esto es evidente. Si no llegamos a una conclusión acerca del arte, el hombre será algo inexplorado, un ser solitario sumido en la desesperación, atrapado entre la vida y la muerte. Pero mientras el hombre siga haciendo arte, habrá esperanza. Aunque claramente, con las tendencias modernas, me espanta mucho esta forma de pensar mía.
Así, compañero Pablo, la búsqueda por El Arte tiene prioridad tanto ontológica como ética, y es imprescindible que, hasta hombres simples como tú y como yo, peleemos con nosotros mismos para abrir el corazón de aquél que yace en la penumbra, errante y solitario.