El tema de la "locura" del Quijote es bastante delicado y bien podría entenderse en dos dimensiones:
La primera es aquella establecida como el idealismo del Hidalgo, ciego o simbólico. Adquirida por leer muchas novelas de caballerías, la imaginación y el ingenio del protagonista comienzan a moverse cada vez que una nueva aventura se presenta. Su manera de pensar; temeraria pero siempre correcta, recuerda a los hombres que están dispuestos a arriesgar el pellejo por la causa. Don Quijote, como el más digno caballero, siempre busca ayudar a los demás a salir de sus tragedias, aplicando el coraje, la rectitud y otras virtudes para nada despreciables. (En este siglo y en el de Cervantes)
La segunda dimensión es la que vuelve a caer sobre el rompimiento del género. En no pocas novelas de caballería, se leían historias "perfectas", dónde el hombre gallardo siempre vencía el peligro y rescataba bien a la damisela. Rompiendo el modelo, el Quijote no mata al monstruo sino que se estrella contra el molino. Por simple observación, Miguel de Cervantes supo que la vida no era como estaba en las novelas; que ante la adversidad no siempre se triunfa; que hay que caerse mil veces, para levantarse una vez, correctamente.
El idealismo es la clara definición del Caballero de la triste figura, quien parte en busca de aventuras a pesar de su edad y sus pobreza. No se rinde, ni ante la crudeza de los hechos, ni ante el fracaso de sus tentativas. No ve el fruto de su empeño al llegar el final de su vida; pero el éxito de Sancho como Gobernador, hace que toda la aventura haya merecido el esfuerzo.
Seguir el modelo del Quijote quedaría siempre sujeto a discusión. Podemos ser aquellos que se atreven a seguir luchando contra las cosas más inverosímiles; pero también es sensato ver molinos donde hay molinos; para no confundir las cosas como lo hacía nuestro héroe. Como siempre, apelo al equilibrio. Está bien ser como El Quijote; pero tampoco está de más, tener un poco de Don Sancho Panza.
Saludos y Abrazos.