En un centro sanitario de Palma de Mallorca, las prisas y carreras, hacen temblar los pasillos, un hombre, Pedro, permanece quieto y callado, al lado de Catalina, su esposa, a la espera, de ser recibidos, por el médico de guardia, su mente, se resquebraja, sólo de pensar que podía ser él, y no, Héctor, Raúl, Miriam, y Patricia, sus amigos, no, más que eso, sus hermanos. Hace sólo ocho horas, que Pedro, llego desde Barcelona, para solucionar un asunto, de los negocios de Héctor, bien cierto es que, aquí estaba Patricia, la abogada, colaboradora, y amiga, pero Héctor, prefirió llamar a Pedro, por qué este, día, a día, había preparado todo, antes de partir, al mismo tiempo, Raúl, sería informado por Pedro, de los progresos, los negocios de Barcelona, que muy lentamente se iban notando, y que por petición de Héctor, Pedro, tenía que regentar durante un mes, para qué Raúl, pudiera tomarse unas merecidas vacaciones. Ahora para Pedro, mientras ve correr enfermeras y médicos, en su mente, no hay más que el recuerdo, y sus preguntas, él, no se las puede contestar: ¿Quién es Raúl en realidad? ¿Y yo? ¿Quién soy para Raúl? ¿Y Patricia quién es? ¿Y yo para ella quién soy? ¡Si…! ¿Y Héctor y Miriam? Ellos, son los únicos que él, podía contestar, los conocía a todos, pero, la distancia de Raúl, se le hacía un muro, en cambio, Héctor, y Miriam, son lo esencial, son todo, junto con Raúl, sin ellos, Pedro tal vez, no sería nada, su posición, se la debe en principio a Héctor, después, a Raúl, y a Miriam, y Patricia, venia mucho después, realmente Pedro, estaba entre Raúl, y Miriam. Otra vez, las enfermeras que vuelven a correr, al mismo tiempo, que, por los altavoces de la sala de espera, se escucha decir. *—Señor Pedro Martín, señor Pedro Martín, pase por favor, al despacho número tres. Pedro, acompañado por Catalina, se encaminaron, al despacho número tres, sólo unos metros, lo separaban de la sala de espera, pero que inmensos, se hacen en esos momentos, toca con los nudillos de la mano en el cristal, y una voz desde dentro, les contesta. —Pasen, pasen. —Buenas noches, soy, el señor Pedro Martín, y esta es mi esposa, Catalina. Saludo Pedro. La persona que había en el despacho, se presentó. —Buenas noches, siéntense por favor, yo, soy el doctor Andrés Egea, jefe, del departamento de urgencias traumatológicas. Pedro, con la cara casi desencajada, pregunto. —¿Y bien doctor? El médico le contesto. —Se les ha mandado llamar, por petición expresa, de uno de los pacientes, antes de perder el conocimiento, y nos interesaría, poder localizar a los familiares de estos. —¿Doctor está grave? — Pregunto Pedro, y continúo. —Realmente, yo soy la familia de casi todos, bueno, nosotros. El médico contesto. —No están bien..., sinceramente, se teme por sus vidas, ha sido un accidente de los malos, pero con mucha suerte, por el momento, tal vez dentro de unas horas, sabremos con más seguridad a qué atenernos, por el tipo de accidente, lo raro, es que estén vivos todavía. Pedro destrozado pregunto. —¿Doctor podemos verlos? El doctor Egea, guardo silencio unos segundos, luego dijo. —Señor Martín, yo no lo aconsejo, están, en la unidad de vigilancia intensiva, y poco pueden hacer ustedes con verlos, mi consejo sería, que se fueran ustedes a casa, y si hay algún contratiempo, se les avisara. —¿Doctor cómo ha sido, quien conducía? — Pregunto Catalina. El médico, saco unos informes, de una carpeta de cartón, y dijo. —Señora Martín, según mis informes, conducía uno de los accidentados, que, se llama Raúl Sanz, y, el accidente se produjo, al pisar el freno bruscamente, cuando notó que había pinchado, y, estar el piso mojado por la lluvia, si a esto, le sumamos la velocidad, que, posiblemente llevaría, lo raro de todo, es que, hayan llegado aquí con vida. Catalina soltó un sollozo, y Pedro, la estrecho entre sus brazos, la duda, seguía en la mente de Pedro, y dijo. —Doctor por favor, está seguro que conducía Raúl, verá, es la forma que usted, ha tenido de detallar el accidente. El doctor Egea, dijo asegurando. —Señor Martín, eso es lo que dijo, el parte de atestados de la policía, y por los tipos de heridas, también yo lo confirmaría, ¿Pero a qué viene esa pregunta? Sí, a que venía esa pregunta, Pedro no la contestó, los altavoces, interrumpieron la conversación, cuando llamaban al doctor Egea, éste se disculpó, y salió corriendo hacia la U.V.I. Catalina, miró a Pedro con frialdad, parecía que, en ese mismo momento, se le había arrancado algún miembro de su cuerpo, y no era capaz de reaccionar, pero él, no pensaba nada más, que en lo que el médico, les había dicho. La mente de pedro, no dejaba de pensar. —¿Raúl conducía el coche? Y, ¿Freno al pinchar y lloviendo? ¡No...! No podía ser, Raúl nunca haría una cosa semejante, y mucho menos lloviendo, ¿Circulaba muy deprisa? Si, posiblemente si, por la autopista me imagino que, él por lo menos, correría a ciento cuarenta, Kilómetros hora, le gusta correr a Raúl. La llegada del médico, interrumpió los pensamientos de Pedro, y dijo. —Señores Martín, lamentó tener que comunicarles, que, Héctor ha muerto, y que se teme mucho, por la vida de Miriam, también que, los otros pacientes, siguen sin cambios por el momento, dentro de poco, podrán ver al fallecido, lo siento, perdonen. Parecía que Catalina, estaba ausente, y además, había adivinado antes, lo que el médico les había dicho. En pocas horas, el desenlace fatal, se apoderó de la vida de Miriam, y el coma profundo de Patricia, parecía que se llevaba la vida de la joven, por segundos, Raúl, seguía en estado estacionario, desde la pérdida de conocimiento, y los médicos, no daban esperanzas por ninguno de los dos. La terrible espera que Pedro, tuvo que soportar, nunca podrá ser compensada, tan sólo las vidas de Héctor, y de Miriam, podía hacerle olvidar su angustia. Ya hacia una semana del accidente, y Pedro, seguía esperando, ya se le permitía ver a Raúl, pero no así a Patricia, Raúl preguntaba a veces por sus amigos, y la respuesta, era siempre la misma, están bien, pero no había sonrisa, en los labios de Pedro, y sus ojos estaban tristes, y oscuros. Patricia, seguía en estado de coma profundo, y, ya hacía veinte días, Raúl empezaba a levantarse, pero muy decaído, y débil, un periódico que encuentra Raúl, de hacer retroceder veintidós días, con lo cual, se da cuenta, de la envergadura del accidente, discute fuertemente con Pedro, por haberle ocultado la realidad, pero este, le convence, de que era por su bien. Por fin Raúl salió del centro sanitario, hacía ya, más de un mes, desde el accidente, y se sentía infinitamente culpable, de la muerte de Héctor, y Miriam, tal vez si Patricia, se logrará recobrar, ella le ayudaría, para no sentir tanta culpabilidad, pero los médicos, eran cada día menos optimistas, el gran amor, que Patricia le brindaba, y que él, temía ahora perder, le llevo a romper el silencio con Pedro, y en una angustiosa, pero amigable conversación, le dijo. —Crees que tendría que marcharme de Mallorca, ¿No es así Pedro? Pedro dudo unos instantes, la pregunta es dura, pero real, y le contesto. —Si..., por lo menos, te entretendrías en tu negocio de Barcelona, no..., no creas que me estorbas, realmente, ahora es todo tuyo, pero pienso que, sería lo mejor para ti. Raúl agacho la cabeza, y, con palabras amargas y entrecortadas, dijo. —Pedro es que me cuesta, me cuesta pensar, me cuesta incluso hasta vivir, y aquí, aquí por lo menos, puedo ver a Pat cada día, cosa que, si me voy, si me voy, no la veré. Pedro haciendo casi un esfuerzo, le dijo a Raúl. —Raúl, lo mejor es olvidar, sé que es duró, pero es así, te buscaré billete para este fin de semana, si quieres, claro. —¡No...! — Contesto Raúl casi gritando, luego respiró profundamente, y dijo. —Si me tengo que marchar, que sea cuanto antes mejor, si es hoy, mejor. Desde la partida de Raúl a Barcelona, Pedro, tenía otra preocupación, porque comprendía que, estaba fuera de su control, y Raúl, no quería ver a nadie, Pedro, diariamente telefonea a Montse, para ver si Raúl, había cambiado, pero la respuesta, siempre es la misma. —No lo he visto desde que vino, y si lo llamo, me cuelga el teléfono. Montse, también estaba preocupada, desde el accidente, ella, tiene que dirigir sola los negocios, y a pesar que se defiende bien, le faltan las palabras de aliento, que Raúl, siempre tenía para sus compañeros, y ahora, es cuando se da verdadera cuenta, que ya ha perdido, a Raúl para siempre. Por fin, una nota, dejada por Montse, en el buzón de Raúl, puede ser que, le devuelva la gana de ver a la gente, o de hablar con ella, él, recoge la nota, y, se para en la puerta a leerla. —Tengo buenas noticias para ti, de Mallorca, Patricia se está recuperando, aunque muy despacio, te espero en mi casa, me llamas. La nota estaba firmada por Montse. Los ojos de Raúl se encendieron, y marcho a casa de Montse, para enterarse de más cosas, cuando llego, le extendió la nota, y le pregunta. —¿Es cierto esto? Montse, le contesta. —Si, Raúl, si, Patricia, se está recuperando, aunque muy lentamente, pero lo hace, me ha dicho Pedro, que, ayer preguntó por ti, por Héctor, y por Miriam, no le quiso decir nada, sólo que tú, tenías un problema aquí, y que de momento, no sabía, cuándo irías a Mallorca, y que ellos, también estaban aquí. A Raúl le brillaban los ojos, un brillo, muy conocido por Montse, pero fríamente, le dijo. —Bien Montse, ya me has informado, me voy, adiós. —¡Espera...!— Le gritó Montse, luego, le pregunto. —¿No crees que eres demasiado duro contigo mismo? Raúl, le contestó frío, y casi ausente. —Tal vez sí, o no, qué más da. Montse encolerizaba, se levantó del sillón, y, dio una vuelta alrededor de Raúl, sería y dominante, como nunca lo había sido con él, y le dijo. —¡Si...! es cierto, ¡Qué más da! Total, nadie nota tu ausencia, ¡¡Nadie te recuerda!! Ni como jefe, ni como compañero, ¡Ni cómo amante te recuerdo! ¡¡total estás muerto!! Para qué intentar nada, vete, pero llévate de aquí todo, lo que me pueda recordar a ti, y desde mañana, no esperes mis servicios, ¡en nada...! ¿Me oyes? ¡En nada! Es tu problema, no el mío. —¡No puedes...! — Exclamó sorprendido Raúl, y dijo. —No puedes hacer eso, Montse, ¿No me entiendes? Montse siguió con su actitud, y le contestó. —Claro que puedo, y te entiendo mejor que tú, ya sé que es duro, y también sé que te he perdido, realmente, nunca te tuve, pero..., pero soy tú amiga, más que eso, y tú, tú te encierras, sin buscar una solución, que te haga volver a vivir. Nada, nada, consiguieron las palabras de Montse, en la mente atormentada, y retorcida de Raúl, a los tres días de aquellas palabras con Montse, decide ir por el estudio, e, interesarse un poco por los negocios, así mismo, sólo consiente hablar con Montse, y rehúsa, todo contacto visual y verbal, con el resto de la gente. Después de muchos intentos, Montse consiguió que Raúl, le abriera su corazón, después de explicarle lo del accidente, le dijo. —¿Te das cuenta Montse? Que tengo que sentirme culpable, aunque no lo quiera. Montse le sonrió cariñosamente, y con ternura le dijo. —No Raúl, no me doy cuenta, da lo mismo que condujeras tú, el caso es que estás vivo, Raúl, ¡Ese es el caso! Y hay una mujer de Mallorca, que también lo está, y que quizás, te espere, y, a la que no puedes defraudar. Raúl, se levantó de la silla, y golpeando sobre la mesa, con voz fuerte, dijo. —No..., no pienso volver a Mallorca, no puedo, sólo de pensar, se me pone la carne de gallina, Pedro, sabe llevar los negocios mejor que yo, sobre todo aquellos, y a mí, me quema el pensar que son míos, no los quiero, los venderé, y quemare el dinero. Montse, sin perder la calma y el dominio, le dijo. —Raúl, escúchame, quisiera que sólo por una vez, fueses tú el que me hace caso a mí, y no como siempre, que tú dices, y yo acato, márchate a Mallorca, yo cuidaré de todo, como hasta ahora, y ya verás cómo un día, me agradecerás lo que te digo, vete..., vete lo más pronto que puedas, ¿Quieres que te pida billete? Raúl no quiso contestar, y salió a la calle, donde tenía su deportivo aparcado, al ponerlo en marcha, se dio cuenta que tenía miedo, Montse se acercó, y le volvió a insistir, en que, se marchara a Mallorca, él, asintió con la cabeza, y le dijo que, no quería avión, que se marcharía en barco, y, se llevaría el coche deportivo, que avisara a Pedro, y que de momento, no le dijera nada a Patricia, Montse sonrió, era la primera vez, desde que se enterara del accidente, sonreía con alegría, al mismo tiempo que, por dentro lloraba, lloraba porque sabía, que ya nunca podía pensar, en que Raúl la amara, y si había tenido una oportunidad, algún día ya lejano, era, el único consuelo que le quedaría. Raúl tomo del barco, donde además del flamante coche deportivo, llevaba un mundo de recuerdos, que, en su camarote, tendría tiempo a repasar, y su mente, se remontó a un tiempo, no muy lejano. El aire acondicionado, de aquel Boeing 737, salía helado, había intentado en varias ocasiones cerrarlo, pero parecía que, estaba la boquilla estropeada, lo había dirigido hacia delante, pero aun así, me helaba la carne, eso no me impedía recordar, los dieciséis meses que había pasado en Mallorca, cumpliendo mi servicio militar, ni sonreírme en silencio, al recordar a Héctor, hacía más de dos años que no lo veía, y precisamente se iba a cumplir, lo que al despedirnos, yo le había prometido. La voz de la azafata, interrumpió mis pensamientos. —Señores pasajeros, dentro de breves momentos, tomaremos tierra, en el aeropuerto de Palma de Mallorca, abróchense los cinturones, mantengan el respaldo de sus asientos, en posición vertical, sus mesas plegadas, y no fumen, hasta encontrarse en la terminal del aeropuerto. Apagué mi cigarrillo, que casi acababa de encender, y me dispuse para ver, como el avión tomaba tierra, suavemente, éste se puso sobre la pista, y fue perdiendo velocidad, hasta quedarse casi parado, en pocos segundos, la voz de la azafata, volvió a decir. —Señores pasajeros, bienvenidos a Palma de Mallorca, el capitán Menéndez, y toda la tripulación, deseamos que hayan tenido un vuelo agradable, y esperamos, volver a verles pronto a bordo, la temperatura, es de veinticuatro grados centígrados, la humedad relativa del cuarenta por ciento, y el cielo está despejado, mantengan los cinturones de seguridad abrochados, hasta que el avión tenga parados sus motores, y las puertas, hayan sido abiertas, procuren no olvidarse ningún efecto personal, ni equipaje de mano, gracias. Mientras bajaba del avión, y llegaba a la terminal, volví a pensar en Héctor, un muchacho argentino, afincado en Mallorca, un hombre, que realmente me había brindado su amistad, casi desde que nos conocimos, y que en poco tiempo, fuimos como hermanos, era un pájaro sin nido, no quería compromisos con ninguna mujer, hasta que conoció a Miriam, vivía una vida alegre, y sin complicaciones, propietario de una discoteca, y dos bares musicales, no tenía ningún tipo de compromiso, se rodeaba de gente sencilla, como él era, y siempre ayudaba a todos, si se lo pedían. En varias ocasiones, me había pagado el billete de avión, cuando me daban permiso en el ejército, para poder ir a ver a mi madre, a Barcelona, y siempre me decía, que me olvidara, que él, lo hacía porque era así, y también, me decía que no le debía nada. Cuando nos despedimos, hace ya más de dos años, en el aeropuerto, y delante de Miriam, le dije. —Héctor, no pasarán muchos años, antes de volvernos a ver, y será para tu boda. Recuerdo que se reía a carcajadas, y me decía, que, si tenía que esperar a su boda, para poder vernos, que lo lamentaría, porque él, no se casaría nunca, yo insistí, y, añadí a mis palabras. —Además te casarás con Miriam, y me apuesto contigo mi viaje, y, mi estancia de quince días, aquí en Mallorca. Héctor, no quería reconocer que, estaba loco por Miriam, se resistía a pensar, que, ella lo iba a cazar, como él decía, y no pudo por más, que replicarme. —No..., no sólo lo que tú dices, si se cumple, no tendrás que traer ni equipaje, fíjate hasta qué punto, estoy dispuesto a no perder. Me volví a sonreír en silencio, Héctor se casaba mañana, y además, con Miriam, hacía tres días que, me había mandado el billete de avión, y una carta, un tanto distinta, a las demás que me escribía, en ella, me decía que se casaba, que había perdido la puesta, y que cumpliría a rajatabla, lo hablado, Héctor, y yo, nos habíamos carteado, durante todo este tiempo, el muy bandido, nunca me había hablado de Miriam, pero él no sabía, o no quería saber, que Miriam, y yo, también nos carteábamos, por lo menos, una carta, o dos, cada mes, y yo, ya sabía lo de la boda. Recogí mi equipaje, y cuando estaba buscando a Héctor, me llamaron, por los altavoces del aeropuerto. —Señor Raúl Sanz, señor Raúl Sanz, diríjase a información por favor. Repitieron enseguida el aviso, y yo me dirigí, a la oficina de información del aeropuerto, pensé que Héctor, estaría allí, porque tenía varios conocidos en el aeropuerto. Al llegar a la oficina, me presenté a una señorita, y me dijo que me esperara un momento, descolgó un teléfono, y al poco rato, vino Jaime, éste, es un amigo de Héctor, que él, y yo, nunca tuvimos más relación que, la de conocernos, y vernos algunas veces, nos saludamos, y, nos hicimos las preguntas de rigor, en un caso así, me dijo que Héctor, no podía venir a recogerme, pero que venía Pedro, que no tardaría en llegar, y que, nos iría a buscar al bar del personal. Nos encaminamos hacia el bar del personal, y yo pensaba ahora en Pedro, él, era el brazo derecho de Héctor, siempre estaba en todos los sitios, cuando se le necesitaba, llevaba la contabilidad de los negocios, las nóminas del personal, las compras, todo lo llevaba Pedro, incluso hasta, si Héctor necesitaba dinero, se lo pedía a Pedro. Pedro tendría ahora, unos treinta y dos años, era mayor que Héctor, se llevaban aproximadamente, cinco, o seis años, un hombre frío y calculador, que había hecho amistad con Héctor, por qué él, fue el intermediario, en la compra venta, de uno de los bares musicales, que Héctor tenía, Jaime, y yo, hablamos poco, nos limitamos a tomar una copa, y, preguntarnos por nuestros trabajos, Pedro apareció en el bar, quizás, a los diez minutos, de estar nosotros allí, Jaime, y Pedro, se saludaron muy fríamente, mientras Pedro, y yo, nos abrazamos el uno, al otro, como si fuésemos dos hermanos, que, hacía años que no nos veíamos, Pedro pagó la consumición, y se disculpó con Jaime, por qué él, tenía prisa, con un hasta mañana, que parecía que, no quería que llegara. En silencio, llegamos hasta el coche, y partimos dirección a Palma, yo rompí el silencio, nada más arrancar el coche, preguntando. —¿Dónde está Héctor? —En tú casa supongo. — Me respondió Pedro. Yo repliqué. —¡En mi casa! —Si Raúl si, en tú casa. — Reafirmó él, y siguió. —Te voy a decir, todo lo que hay que hacer hoy. Yo le interrumpí diciendo. —Espera, cuéntame primero, lo de mi casa. —Pues verás... — Me dijo Pedro. —Héctor ha decidido que, tú vivas todo el mes que vas estar aquí, en su casa de él terreno, esta noche estaréis los dos, pero desde mañana, estarás tú sólo. —¡He… un momento...! — Recuerdo que le dije. —Yo no puedo estar aquí un mes, yo tengo mis obligaciones en Barcelona, y ya casi, es mucho que pueda estarme, hasta el lunes, o, el martes que viene. —No... — Me insistió Pedro y siguió. —Te vas a quedar todo el mes, o más tiempo, si no ya lo verás. —Espera Pedro. — Le dije y continúe. —En principio no traigo dinero, para estarme aquí, más, de tres, o cuatro días, la vuelta no me preocupa, porque la tiene que pagar Héctor, pero lo que sí me preocupa, son mis clientes de Barcelona, y, mi trabajo que tengo pendiente, además, no me ha acordado de traerme, ni la cartilla, ni el talonario, y a mí, no me gusta depender de nadie, bastante dinero ya le debo a Héctor, desde que estuve haciendo la mili aquí. —Mira Raúl... — Me replicó Pedro, y dijo. —Tú, a Héctor no le debes nada, la apuesta que hizo contigo la ha perdido, por lo cual, por lo menos, tienes que quedarte quince días, además, ya sabes cómo es él, que quiere hacer siempre, lo que le da la gana. —Bien, ya veremos, no puedo decirte nada por ahora. — Le acabé diciendo a Pedro. —Lo que hay que hacer hoy. — Continuó Pedro diciéndome. —Es lo siguiente. Después de comer, te irás con Miriam, a buscar no sé qué me ha dicho, luego cuando volváis, nos iremos tú y yo, a buscar ropa para ti, ¡Por qué te lo dijo Héctor! Y después, te irás con él, para arreglar el asunto del coche, cenaremos lo más pronto que podamos, y luego, nos iremos de despedida de soltero, ¿qué te parece? —Bueno, pero antes, tengo que hablar con Héctor. — Le dije yo, a Pedro, y le pregunté. —¿Y qué haremos hasta la hora de comer? —Bueno... — Dijo él y siguió. —Creo que, hay unas cuantas sorpresas para ti. A todo esto, ya estábamos dentro de Palma, no había cambiado nada, o casi nada, en el tiempo que yo no había estado, quizás algún edificio, pero todo igual, el resto del viaje, lo hicimos en silencio, Pedro, a veces se sonreía, y decía que, ni él se pudo imaginar, lo que yo sí me imaginé, no le prestaba atención a lo que decía, porque yo estaba sumido, en mi pasado de soldado. Pasaba por mi mente, cuantos proyectos tenía, en aquella época, y las veces, que, las había comentado con Héctor, que al acabar la mili, trabajaría sin descanso, hasta conseguir el dinero suficiente, para poner, mi propio estudio fotográfico, seguiría luchando, y crearía una empresa, dedicada a todo tipo de fotografía, me compraría un piso, y me casaría, porque yo, no era como Héctor, él, sería el padrino de mi boda, y de mis hijos, si los tuviera, y nuestra amistad, sería ilimitada. Todo aquello se estaba cumpliendo, mi estudio, ya daba sus frutos, y, la plantación del gran árbol de mi empresa, ya estaba realizada, actualmente, sólo era, un pequeño brote delicado, que tenía un buen abono, pero sus raíces, todavía no habían agarrado, en la tierra nueva, el estarme mucho tiempo en Mallorca, podía suponer la muerte, de aquel pequeño esqueje, el cual yo cuidaba, más que a mi propia persona, tenía gente a mi alrededor muy competente, pero como el más viejo era yo, la juventud de ellos, me asustaba, al mismo tiempo, me había sentido cansado, en alguna ocasión, y físicamente, parecía que no iba a resistir, había empezado aquello, desde por debajo de cero, y nadie sabía mi sufrimiento, ni lo sabría nunca nadie, bueno, quizás si se lo diría a Héctor, realmente, ya lo sabía casi todo. La bocina de aquel coche, en el que viajábamos Pedro, y yo, me extrajo de mi pensamiento, al llegar ante la puerta de la casa, Héctor, y Miriam, salieron a recibirme corriendo, nos abrazamos con tanta fuerza, que tal vez un poco más, de presión, por parte de alguno de los dos, hubiese hecho crujir algún hueso, de nuestro cuerpo, Miriam nos miraba, como diciendo que ella, también quería tomar parte en ese abrazo, pero la muchacha tuvo que esperar, hasta que casi agotados, nos separamos, abracé a Miriam, con la misma ansia que lo había hecho con Héctor, nos abrazamos, como el que lleva muchos años, esperando aquel momento, cuando nuestro abrazo se rompía, Héctor, se unió a nosotros, como quien teme perder al amigo, si en ese momento queda libre, las risas, las lágrimas, y la felicidad, acudían a nuestros rostros, y no parecían querer marchar, Miriam me rodeó la cintura, y Héctor los hombros, y así, entramos a la casa, nos habíamos olvidado por completo de Pedro, y de mi equipaje, Pedro entró todo en la casa, y lo llevó directamente, a la habitación que yo tenía que ocupar, que sería la misma que antaño, los tres, estábamos en la entrada, cuando unas voces, rompieron el sagrado momento, en que las miradas, podían decir mucho más, que, todas las palabras del mundo. Me hicieron pasar al salón, donde parecía que me estaban esperando, Héctor al entrar, rompió el silencio que se había creado, al abrir la puerta, y con voz aún entrecortada, pero con una firmeza, y una fuerza, que no tiene explicación, dijo a los presentes. —Muchachos éste es, mi hermano Raúl Sanz, de quien tanto os he hablado, en estos días, ya sabéis que Raúl, es la única familia que tengo, sin tocarnos nada. Si, era cierto, desde la muerte de su padre, Héctor, había tal vez multiplicado por diez, su amistad hacia mí, y yo hacia él, nuestras cartas eran diarias, nuestras conversaciones telefónicas, cada dos o tres días, quizás la única espina, que tanto Héctor, como yo, debíamos llevar clavada, era que a su padre, lo enterraron, el mismo día que a mi madre, por lo cual, no pudimos ninguno de los dos estar juntos, en los días que realmente un amigo, es a veces, mucho más que la propia vida, él, no tenía más familia, y yo, sólo lo tenía a él, puesto que al contrario de Héctor, yo no tenía más amigos, que los pocos que siempre tuve, mientras que para él, todo el mundo era su amigo. Héctor, y Miriam, me fueron presentando, a las personas que allí había, Julia, Antonio, Esteban, Teresa, y, Jesús, y Carlota, que eran los padres de Miriam, compartimos un rato todos juntos, las cordialidades del momento, y supe que Julia, y Esteban, eran hermanos de Miriam, y Antonio, y Teresa, los respectivos cónyuges, enseguida Héctor, pidió disculpas, Miriam, me tomó de la mano, y siguiéndolo, salimos de aquel salón, para entrar, en otro más pequeño, que también nos esperan. Yo, miraba la casa recordando, todo igual, ni siquiera, habían cambiado las rosas, que cada dos días, ponían a los pies de un crucifijo, desde que los padres de Héctor, lo colocaran en aquel pedestal, al comprar la casa, y que era, lo único que habían traído de Argentina, a parte de las ropas, y una cantidad, nada desdeñable de dinero, yo sabía la historia, por qué el padre de Héctor, me la había contado, la promesa no podía romperse, y, tenía que pasar de padres a hijos, desde mañana, aquel crucifijo, ocuparía un lugar preferente, en la nueva casa, de la familia Ortiz, y Miriam, sería la encargada, de ponerle cada dos días, una docena de rosas rojas, recién compradas, y de cambiarle el agua a aquel jarrón, de cristal tallado, y con pie de plata, donde su nombre, sería inscrito con letras góticas, y más pequeñas que las de Héctor, y las de sus hijos, si los tenían, puesto que Miriam, entraba en la familia como esposa, y las letras de su nombre, tenían que ser más pequeñas. Héctor, y Miriam, se habían quedado a mi lado, mientras yo miraba el crucifijo, dos lágrimas salieron de mis ojos, al verlos a ellos, Héctor, sabía que yo, conocía la historia del crucifijo, pero el extraño que, la supiera de memoria, y más todavía le extraño, el que yo, la recordara en voz alta, los ojos de Héctor, y de Miriam, húmedos todavía, de sentir la fuerza de mis palabras, me tomaron de las manos, y seguimos nuestro camino, hacia el salón, antes de entrar en el salón, Héctor me dijo. —Raúl, prométeme que, si no tenemos hijos, y a nosotros, un día nos pasara algo, te quedarías con el crucifijo. —¡Qué tontería dices...! — Le repliqué yo, y agregué. —Eso no lo tienes que pensar, y mucho menos decirlo, pero ya que lo has dicho, te prometo que será así, y que las rosas, no le faltarán nunca. Entramos en el salón, allí estaba Pedro, con Catalina, que era su esposa y su hija Kathy, que tenía cuatro años, sin mirar a nadie más, me abalance hacia Catalina, y la abracé, igual que había hecho con Pedro, en el aeropuerto, luego me agache, y cogí en brazos a Kathy, que me decía, tío Raúl, la niña, no podía acordarse de mí, pero suponía que, tanto sus padres, como Héctor, y Miriam, le habían hablado, más de una vez de mí, Héctor, llamó mi atención, para presentarme, a Patricia Pérez, la otra persona que había en el salón, además de Pedro, y su familia, sin soltar a la niña, me acerque a Patricia, y, le extendí la mano para saludarla, ni Héctor, ni Miriam, quedaron conformes con mi saludo, y Miriam, me agarro a Kathy, y casi, me obligó a que abrazara a Patricia. Cuando abracé a Patricia, sentí el calor de su cuerpo, que se apoderaba de mí, su perfume, penetró en mis sentidos, embriagándome, y sus ojos negros, y profundos, se clavaron en los míos, intentando, no dejarme escapar, me retiré de Patricia, unos centímetros, sin soltarla de la mano, que le había cogido, al cesar nuestro abrazo, la mire en silencio, con fuego en mis ojos, Patricia, me había cautivado con sólo mirarme, no sabía qué hacer, ni qué decir, y note como ella, se turbaba, con el ardor de mi mirada, Héctor, rompió el silencio diciendo. —Si no os molesta, os vais las mujeres, que nosotros tenemos que hablar, enseguida vamos al otro salón. Esperó, a que la puerta del salón se cerrara, y continuó hablando. —Raúl, supongo que Pedro, ya te habrá hablado de tu estancia aquí, en Mallorca. Yo asentí con la cabeza, al tiempo que decía. —Si, pero.... —No hay peros que valgan. — Me cortó Héctor, y siguió. —Todo lo que tengas que objetar, yo ya lo sé, así que, si me quieres escuchar, te explicaré mis proyectos, para tu estancia en Mallorca. Yo le dije. —Héctor..., yo te voy a escuchar, pero luego, me tendrás que escuchar a mí, y entonces, me darás la razón. Héctor, continuó hablando. —Mira Raúl... Yo soy tú hermano, bueno decimos eso, y además, el mayor, un día, hace más de dos años, me auguraste una felicidad, que yo aun viéndola, no la quería reconocer, hace poco más de un año, se unieron a nosotros dos desgracias, no vale la pena ponerse triste, y menos hoy, pero es la verdad, cuando tú, pudiste hablar conmigo, fue cuando yo, te dije lo de mi padre, y tú, me contaste luego de tu madre, si, sé que no viene al caso, de lo que quiero hablarte, pero es la verdad, así que voy a hacer lo siguiente. Tú te instalaras en esta casa, Patricia vivirá contigo todo el tiempo que estés aquí, te quedarás por lo menos un mes, no tienes que preocuparte de nada, de lo que se refiera a dinero, o algo parecido, y te olvidarás de todos los problemas, Pedro, se marchara el lunes, en el primer avión, para Barcelona, con Catalina, y Kathy, se irá a vivir a tú piso, y llevará una carta tuya, para que él, pueda coger las riendas de tú potro, todo el tiempo que estés aquí en Mallorca, él, estará en Barcelona, sólo vendrá, si hay algo que necesite de tu firma, para poderse realizar, y el día que tú te marches de aquí, él te pondrá al corriente de todo, y se vendrá, ¿Qué te parece?. Me quedé pensativo, mi potro, así llamaba Héctor a mi negocio, era gracioso, él había pensado, sin saber si yo iba a aceptar, pero lo daba por hecho, y era una buena idea, porque no, Pedro tenía mano en los negocios, y yo, confiaba en él, además, que podía perder, sabía que mi potro, llegaría a ser caballo, sabía que Pedro, se entregaría en cuerpo y Alma, para no fracasar, porque si él había aceptado, sería, por qué había visto las cosas, bastante más claras que yo, y además Héctor, le habría exigido, que para hacerlo, tenían que estar muy seguro, eso sin contar, que Pedro, se podría jugar su trabajo, y su futuro, si fracasara, yo conocía a Héctor, y sabía cuán exigente era, y también conocía a Pedro, y éste, aparte de exigirse con el mismo, exigía a los demás; Así que derrotado, conteste. —Está bien, ya veo que tú ganas, porque has pensado el primero, pero solo me estaré un mes. —Me alegro. — Dijo Pedro, y continuó. —Menudas vacaciones nos esperan a todos, sobre todo a mí. Yo le interrumpí. —Alto, Pedro, alto, piensa que no vas de vacaciones, tienes que trabajar, y mucho. Entonces Pedro, sonriendo me dijo. —Si, ya lo sé, pero ¿Que es un potro? Al lado de todos los pura sangre, como tengo aquí, nada, además esta idea es tanto mía, como de Héctor, y yo no quiero perder, y mucho menos, que pierdas tú. Yo me puse muy serio, pero en broma, dije. —Os voy a matar, además, está todo hecho a mis espaldas, sois unos bandidos, os pensáis, que, porque me pongáis a una chica encantadora, y me deis pan en la mano, ya estoy domado, pues no, no pienso perdonaros esto, y me lo vais a pagar hoy mismo, yo invito a comer. Héctor se reía, y Pedro, había estado algo callado, entre carcajadas, Héctor dijo. —Aceptamos ¿Pero a todos? Es que siempre serás igual. Salimos del salón aquel, y nos dirigimos al otro, ya habían quedado atrás, todas las emociones de la llegada, ya reinaba, un clima más lejano, al que yo, ya estaba acostumbrado de antaño, y ahora, volvía a revivir. Entramos en el otro salón, y Héctor, dio la ya conocida noticia, parecía que, todos eran cómplices de lo mismo, Miriam, preparó algo para tomar, y, brindamos por nuestro encuentro, y por su felicidad. Eran las doce del mediodía, así lo anunciaba, el reloj de cucú que había en aquel salón, pedí a Héctor, me indicara la habitación que, sería mía por un mes, y éste, le dijo a Patricia, que me acompañara, la habitación, estaba en el piso de arriba, conforme subía las escaleras, volvió el recuerdo de antaño a mí mente. ¿Cuántas veces había subido yo aquellas escaleras? O… ¿Cuántas veces Héctor me llamó desde abajo? Y… ¿Cuántas veces el padre de él me dijo que no corriera por las escaleras? Y el pasillo de arriba, y la habitación, igual que estaba cuando hice la mili, su cama grande, su armario con las puertas de espejo, también la mesa, y la silla negra, donde yo me sentaba para escribir, las cartas que le mandaba a mi madre, la mesita de noche, con la luz que tenía encendida mientras leía, las butacas de piel, donde Héctor, y yo, hablábamos de nuestros ligues, sin que su padre nos escuchara, la misma cortina, que colocara la madre de Héctor, cuando comprara la casa, todo igual, que hace más de dos años, notaba la mirada de Patricia, mientras yo, miraba la habitación, pero no me inmute, acerque la silla al armario, y me subí, para mirar encima, buscaba algo, algo que, casi no me acordaba como era, pero yo sabía que allí arriba, había algo, metido en una caja de cartón, lo encontré, baje la caja, y sin abrirla, la dejé encima de la mesa, todavía no era tiempo de abrirla, faltaban unas horas, como mínimo, recordé, aquel álbum de fotos, lo teníamos que abrir Héctor, y yo, a partir de las doce horas de mi llegada, deshice el equipaje, abrí la maleta de las cámaras fotográficas, y saqué de ella, todo lo que me parecía que me tenía que estorbar, en otro maletín, venían carretes, y cables, y también, tuve que vaciarlo pues era el que, el día siguiente tenía que usar, le pedí a Patricia que se marchara, tenía ganas de estar solo, quería afeitarme, y cambiarme de ropa, no creí prudente, que ella se quedara, me contestó que, estaría en la habitación de al lado, por si la precisada pasa algo, y se marchó. Casi detrás de ella, salí yo, hacia el cuarto de baño, me di un baño, y me afeite, aquélla mañana no lo había hecho, y enseguida, volví a la habitación para vestirme, a medio vestir, me tendí sobre la cama, quería recordar los tres días pasados, desde que Héctor, me mandó el billete, hasta hoy. La noticia, no me había venido de nueva, yo ya sabía, hasta la iglesia en que se casaba, puesto que Miriam, me tenía informado, lo que ella se había guardado, como si fuese un pecado, era que yo, me iba a quedar un mes en Mallorca, no podía reprochárselo, puesto que Héctor, quería darme una sorpresa, aquel día, hacía justo una semana, en que yo con mucha calma, vi nacer una rama de mi árbol, en estos tres días, todo había pasado, a una velocidad vertiginosa, Montse, mi mano derecha, y por qué no, mi gran enamorada, me sacó los tres días de la cama, una hora antes, de lo que yo acostumbraba a levantarme, si yo fuese capaz de querer a Montse, como ella me quiere a mí, pero no, no la quiero, la aprecio mucho, muchísimo, pero no la quiero, incluso hoy, si no es por Montse, pierdo el avión, si, ella está siempre encima mío, pero estos tres días, aún más, parecía que sabía que yo, no volvería en un mes, se esmeraba, me hizo firmar cheques, para posibles pagos, me decía, cuando era la hora de comer, y de cenar, me obligó ayer, a acostarme a las nueve de la noche, y hoy, me ha llevado al aeropuerto de Barcelona, se quedó triste, cuando yo pasé el control, hacía la sala de embarque, no fui capaz de volverme, porque no la habría abrazado, y besado, se lo merece la chica, pero qué le vamos a hacer, cuando llamaron para subir al avión, aún pude ver a Montse, miraba por los cristales de la cafetería, y me seguía con sus grandes ojos, me levanto la mano, y me dijo adiós, yo, le lancé un beso, y me pareció que se empañaron mis ojos. Ahora ya hace unas horas que deje Barcelona, Montse, estará dirigiendo el trabajo, y también trabajando en el estudio, había mucho trabajo por hacer, y ella, me prometió que lo haría todo. La voz de Héctor llamándonos, a mí, y a Patricia, me sacó de mi ausencia, salí a medio vestir, hasta el hueco de la escalera, y al verme, me dijo. —Dejaos los besos, y el amor, para más tarde, que lleváis ya, una hora ahí arriba. Patricia, que también se había asomado, le dijo. —No te preocupes, Raúl estaba soñando, yo ya quería llamarlo, pero me daba pena. Si, había estado soñando, ¡No! Recordando, es lo que había estado haciendo, Patricia me tomó de la mano, y fuimos hasta la habitación, su proximidad, me volvió a poner nervioso, mis ojos ardientes, la miraban, con una insistencia que, no era normal en mí, al pasar junto a la otra habitación, me dijo. —Yo dormiré aquí, así estaremos cerca, el uno del otro. Yo no le conteste, no podía contestarle, estaba tan embriagado con su perfume, que no me atrevía a decir nada, la proximidad de su cuerpo, parecía que me daba calor, al atravesar la puerta de mi habitación, tuvimos que juntarnos más, porque ninguno de los dos, habíamos hecho nada por separarnos, y entrar, uno detrás del otro, bajo el umbral de la puerta, la atraje hacia mí con tanta fuerza, que se me quedó en los brazos, como si hubiese perdido el conocimiento, la bese apasionadamente, y ella, rodeó mi cuello con sus brazos, nos separamos sólo unos instantes, justo el tiempo que tuvo ella, para decirme que, desde antes de conocerme, ya deseaba que la besara, nos fundimos en otro beso, como queriendo, recuperar algo perdido, pero realmente, nos lo acabábamos de encontrar. Acabé de vestirme, y bajamos al salón, las bromas empezaron a relucir, Héctor dijo que, había que tener paciencia, y Miriam, que la que se casaba, era ella, Pedro, le dijo a Héctor, que, como se le ocurría dejarnos solos, y yo les dije a todos, que lo que no quería era, dar envidia a nadie, nos tomamos las copas, y nos dispusimos para ir a comer. El camino hacia el restaurante era corto, tan solo dos calles, caminábamos todos despacio, Miriam, y Patricia, venían al lado mío, yo caminaba callado, pensativo, y más despacio, de lo que era mi costumbre, tal vez, quería recrearme en las calles aquellas, o quizás, me traían recuerdos pasados, a mis veinticuatro años, veía ya muy lejano, el tiempo de mi servicio militar. ¿Solo aquello? ¡No…! Quizás muchas cosas más, cuantas veces había ido caminando, o corriendo por aquella calle, a buscar a Miriam, cuantas veces mi mentira piadosa, y después mi sinceridad, habían hecho que Miriam, me quisiera como me quería, aquellos días, en que Héctor marcho enfadado, y estuvo diez días sin querer verla, yo fui su pañuelo, yo fui el intermediario, entre Héctor, y Miriam, ¿Y de Héctor? ¡Más! Todavía más, mucho más que de Miriam, todo, me parecía tan lejano, que casi me sentí viejo. Una puerta con persianas verdes, llamo mi atención, me detuve para mirarla, alce la vista, y mire el número de finca, ¡Si…! El numero treinta y siete, era la misma, no había cambiado, solo, habían vuelto a pintar las persianas de aquel verde chillón, aquellas persianas, que le habían servido a Miriam, para ver pasar a Héctor, y que él, también utilizo, sin que nadie lo supiera, Miriam se me acerco, yo había seguido andando, y rompió mi pensamiento, cuando me hablo. —No es momento Raúl, todo aquello está ya muy lejos, soy feliz, y siempre lo seré. —¡Si…! Muy… lejos… — Asentí yo con un suspiro, que hizo notar que, me dolía el tiempo. Patricia se me acerco, y se cogió a mi brazo, al tiempo que me decía. —¡Vamos Raúl! Seguí caminando, y al volver a mirarme Patricia, dije, para las dos mujeres. —Sabéis, os prometo no volver a recordar nada, hasta otro día. En mi interior, me preguntaba, si aquella promesa, la podría cumplir, tal vez pudiera, con la ayuda de los que me rodeaban, tendría que intentarlo. Llegamos al restaurante, donde ya teníamos una mesa preparada para todos, Pedro, Catalina, Kathy, Héctor, Miriam, Patricia, y yo, los padres de Miriam no vinieron, al igual que sus hermanos, y cuñados, nos sentamos, y mientras hacíamos un poco de aperitivo, miramos la carta, Patricia se sentó frente a mí, diciendo que quería verme bien, Miriam, le contesto al sentarse a mi lado, que, yo, era un hombre prohibido para ella, puesto que le pertenecía, hasta las seis de la tarde, Pedro, salió en ayuda de Patricia, y le dijo que si quería, nos podía acompañar después, que él, y yo, teníamos que ir a unos asuntos, Patricia, asintió con la cabeza, y Héctor dijo que, después de ir con Pedro, que se despidiera de mí, hasta el día siguiente, Catalina, decía que Héctor, y Miriam, eran muy malos, porque solamente, éramos Patricia, y yo, los que teníamos que opinar, y que yo, no había dicho nada, yo, les escuchaba y reía, al rato que todos, estaban decidiendo por Patricia, y por mí, y con la cara muy seria, les dije. —Señores, ya está bien, ahora mismo, nos vamos Patricia, y yo, y apareceremos mañana en la iglesia, ¿Qué os Parece?
Mi Novela "Verano Tragico de 1980 en Palma de Mallorca"
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