y otras dos mujeres españolas quisieron conocer de cerca la realidad de ese pueblo que llevaba demasiados años ya sufriendo los sinsentidos del integrismo talibán ante la mirada distraída de Occidente, y en el verano de 2000 se arriesgaron a un viaje que las llevaría primero a Peshawar, la ciudad pakistaní donde malvivieron la mayoría de los exiliados afganos, y luego a Kabul, capital de Afganistán y centro neurálgico del entonces indiscutible poder talibán. Así nació El grito silenciado, un diario de viaje muy peculiar donde el espanto se mezcla con el amor y el respeto por un pueblo que vivió en el infierno, pero siempre supo que entre los pliegues de un burka aún hay lugar para la esperanza.
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