Melchor Rodríguez El ángel rojo

En el número 23 de la calle San Jorge en Triana nació uno de esos personajes singulares e incómodos, habitualmente olvidados en los arrabales de la historia: El anarquista Melchor Rodríguez, conocido en la memoria popular como el «ángel rojo» y que durante la Guerra Civil salvó a cientos de personajes de derechas cuya vida peligraba en el Madrid controlado por los milicianos.

Ayer, Sevilla le dedicó el homenaje que merecía con la rotulación de una calle en la llamada Verea de San Cayetano, junto a Valdezorras. La iniciativa partió del grupo Recuperando la memoria de la Historia Social de Andalucía, que coordina Cecilio Gordillo, con la colaboración de entidades, asociaciones memorialistas y cientos de ciudadanos. La propuesta la aprobó el Ayuntamiento de Sevilla en octubre de 2008 y se espera que ahora lo haga Madrid, ciudad en la que Melchor Rodríguez forjó su leyenda.

Precisamente, el jueves de la próxima semana se presentará un libro fundamental para entender a este personaje, El ángel rojo (Almuzara), escrito por el periodista Alfonso Domingo, una de las personas que mejor conoce la vida del anarquista.

El libro es una biografía novelada, rigurosa y amena que recorre la agitada vida de Melchor desde su nacimiento en Sevilla hasta su muerte en 1972 en la que, por cierto, se le permitió un funeral con una bandera roja y negra en el ataúd, hecho insólito durante la Dictadura.

Alfonso Domingo relata la infancia sevillana de Melchor Rodríguez (Sevilla, 1893- Madrid, 1972) cuando con sólo 10 años pierde a su padre en un trágico accidente en el puerto –era maquinista– y tiene que entrar a trabajar como aprendiz en talleres de calderería y ebanistería. Finalmente se convierte en chapista.

«Jornadas de sol a sol en una calderería de la calle San Jacinto. Lee cuanto cae en sus manos y hace números y cuentos de noche en un círculo republicano de la calle Castilla», escribe Alfonso Domingo en El ángel rojo.

Melchor Rodríguez, que estuvo a punto de ser novillero, ingresa en la CNT y conoce a líderes anarquistas sevillanos como Pedro Vallina. En 1920, con motivo de una huelga es detenido y al salir decide marcharse a Madrid porque en Sevilla está fichado por la policía. Ahora, la rotulación de una calle con su nombre simboliza el regreso del anarquista a su ciudad natal.

El compromiso de Melchor Rodríguez con la causa anarquista le llevará a entrar en la cárcel hasta en treinta ocasiones. Curiosamente, esas cárceles que tan bien conocía se convertirán en el lugar en el que vivirá la Guerra Civil, aunque desde el otro lado como delegado especial de prisiones designado por el ministro de Justicia, el también anarquista Juan García Oliver. «Se siente como un Quijote en esta guerra maldita. Pero lo suyo no es enfrentarse con molinos de viento, sino salvar a los enemigos galeotes, él galeote tantas veces, preso por las ideas», apunta Domingo en su libro.

Desde la cárcel salvará a numerosos presos como Agustín Muñoz Grandes, Mariano Gómez Ulla, Serrano Súñer, dos de los hermanos Luca de Tena, Valentín Gallarza, Raimundo Fernández Cuesta, Martín Artajo, el futbolista Ricardo Zamora, el locutor Bobby Deglané o los falangistas Rafael Sánchez Mazas y Raimundo Fernández-Cuesta. Algunos de ellos al final del conflicto y ya en la España franquista evitarán que la cruel represión de Franco acabe con él. Aún así fue sometido a dos consejos de guerra que pedían para él la pena de muerte y fue condenado a una pena de veinte años, aunque sólo cumplió cinco.

Como afirma Alfonso Domingo, rescatando una frase del propio Melchor, fue un anarquista que prefirió «morir por las ideas, nunca matar por ellas». Y es que logró imponer el orden en la retaguardia republicana, paró las sacas de las cárceles, los paseos y fusilamientos como los de Paracuellos. Hay quien lo acusó de ser un traidor, mientras que para otros fue un héroe. Desde luego, se trata de un personaje incómodo por la dificultad para etiquetarlo en un país acostumbrado a resolver la Historia con etiquetas y clichés de urgencia, además de en las habituales crónicas maniqueas sobre la Guerra Civil.

Tras su destitución del cargo, Melchor fue designado como concejal de cementerios del ayuntamiento madrileño en representación de la FAI. En ese cargo también ayudó a los familiares de los fusilados de derechas, por ejemplo, permitiendo que colocaran una cruz en la tumba. Así hizo con Serafín Álvarez Quintero, de quien era muy amigo.