jmm00044
24 febrero 2011, 20:00
James Potter y la Maldición del Guardián
http://i1127.photobucket.com/albums/l625/jmm00044/MALDICION.jpg
La lluvia caía en grandes sábanas, golpeando el pavimento con fuerza suficiente como para levantar una sucia y pesada neblina. Un hombrecillo permanecía de pie en la esquina, bajo la única farola que funcionaba, y estudiaba la calle. Edificios abandonados de apartamentos se alineaban a un lado, oscuros y amenazadores, como dinosaurios muertos. El otro lado estaba dominado por una igualmente deprimente fábrica tras una verja de alambre. En la verja, los carteles de advertencia chirriaban y traqueteaban con el viento. Había un coche aparcado en la calle, con pinta de llevar allí desde hacía tanto como para haberse convertido ya en parte del ecosistema local. El hombrecillo movió los pies, su cabeza calva relucía por la lluvia.
Miró hacia atrás, hacia las agitadas calles de las que acababa de llegar, y soltó un carraspeo. Se sacó el puño del bolsillo del abrigo y lo sostuvo en alto hacia la luz. Cuando abrió la mano, en ella había un pequeño y maltratado trozo de pergamino.
Leyó las palabras por décima vez. Letras de tinta azul deletreaban el nombre de la calle y nada más. El hombre sacudió la cabeza, molesto...
zip (3,9 MB) PDF 506 PAGINAS
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La lluvia caía en grandes sábanas, golpeando el pavimento con fuerza suficiente como para levantar una sucia y pesada neblina. Un hombrecillo permanecía de pie en la esquina, bajo la única farola que funcionaba, y estudiaba la calle. Edificios abandonados de apartamentos se alineaban a un lado, oscuros y amenazadores, como dinosaurios muertos. El otro lado estaba dominado por una igualmente deprimente fábrica tras una verja de alambre. En la verja, los carteles de advertencia chirriaban y traqueteaban con el viento. Había un coche aparcado en la calle, con pinta de llevar allí desde hacía tanto como para haberse convertido ya en parte del ecosistema local. El hombrecillo movió los pies, su cabeza calva relucía por la lluvia.
Miró hacia atrás, hacia las agitadas calles de las que acababa de llegar, y soltó un carraspeo. Se sacó el puño del bolsillo del abrigo y lo sostuvo en alto hacia la luz. Cuando abrió la mano, en ella había un pequeño y maltratado trozo de pergamino.
Leyó las palabras por décima vez. Letras de tinta azul deletreaban el nombre de la calle y nada más. El hombre sacudió la cabeza, molesto...
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