Ella se va de casa
Suena el arpa del día miércoles, faltan minutos para las cinco. La mujer en camisón baja bostezando a la cocina en penumbras. Enciende la estufa para el café sin sospechar la huída.
Pues la casa parece en el orden normal de la madrugada, de reojo percibe el brillo de un objeto que no pertenece a la rutina: una carta sobre la mesa.
La toma, la abre, la lee. El grito histérico interrumpe los ronquidos del marido que baja a toda prisa.
¡Desgraciada! ¡¿Cómo pudo irse?! ¡Nos sacrificamos por ella! ¡Por el bien de ella!
En la estación, con el pelo sobrio y recogido; la muchacha lleva un abrigo para lo crudo del invierno. Entrecruza las piernas y pone las manos sobre su regazo; extiende la mirada sobre las vías mientras espera a un hombre a quien no conoce por entero. Distraída, dibuja una sonrisa inexplicable.