Rugiendo embravecido el coro de la multitud impulsaba a los gladiadores hacia la victoria.
La batalla era a muerte.
Sólo uno podría continuar adelante. El otro ….. quedaría allí.
No podían resignarse a tan costosa derrota. Los alaridos de la muchedumbre los empujaban pero también premio y castigo resultaban vitales. Había demasiado en juego.
Ataques y contraataques se sucedían sin definir la lucha y el agotamiento hacía más pesados brazos y piernas. Un solo error y todo habría acabado.
Era maléfico el sistema. No resultaba justo apostar tanto a cara o cruz en una sola vuelta, pero así lo habían definido los que mandaban y ellos sólo podían someterse.
Se olía en el ambiente la proximidad de lo definitivo y los gritos arreciaban.
Hasta que un lance imposible de atajar acabó con el vencido ……
“Gooooooool”, estallaron los fanáticos.
Pasaban a la final del campeonato.