Erguido y orgulloso, como asta de bandera lo muestra la iconografía oficial y así preferimos verlo.
Pero ese espectro semivestido, enfermo, famélico y agitado por accesos de tos irrefrenables que emergió entre malezas, selva y yuyos espinudos sólo tenía duro su descargado fusil y una bolsa de libros atada a la cintura bajo el torso descubierto.
El pobre soldadito tenía órdenes de matar, pero la voz serena lo contuvo.
“No dispares … soy el Che Guevara … valgo más vivo que muerto”.
La aparición humanizada del fantasma que desvelaba sus pesadillas nocturnas fue demasiado para él y no pudo matarlo.
Se equivocaban ambos. El imperio lo necesitaba muerto y ordenó asesinarlo.
Debió dar él mismo la orden de “Fuego”, porque nadie se animaba a disparar, y las fotos de su cadáver semejan las de un Cristo nuevamente sacrificado.
¿Cómo no verlo erguido y orgulloso?
Incluso en la hora final fue más hombre que todos sus enemigos.
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