Erguido y orgulloso, como asta de bandera; al escribir, jamás reveló su nervio de bandera en asta. Escribía contra los desmanes y ciego se sumaba a las protestas. Era feliz cuando, semana a semana, sus compañeros celebraban el panfleto.
Pero dos, quizá tres años después, conoció a cierta mujer aristocrática y abandonó los microrrelatos para leer un poco más a Garcilaso de la Vega y así vivió más contento todavía. Sus amigos, de inmediato lo declararon alienado y quemaron en hogueras todo rastro de su poesía, gritando maldiciones en su nombre. La paz requiere cambios.
(Esta semana estoy más breve: 95 palabras).